"¿Que a ti te gusta el heavy..? Pues, la verdad, no te pega nada". Esa es la respuesta que me suelen decir, con cara de sorpresa, cuando comento mis preferencias musicales. Y, además, es que con los años me voy aficionando cada vez más, no soy como ésos que con quince o dieciséis años ponen el equipo de música a todo volumen y a todas horas siempre con los grupos más "cañeros", y cuando maduran recurren al pop más melódico o comercial. Mi caso es más bien al revés. Os lo cuento.
Yo fui un adolescente bastante poco rebelde y, quizá excesivamente "bueno" para esa etapa de la vida. Recuerdo que en las conversaciones que manteníamos los chavales en aquella época sobre música yo era una de las pocas voces discordantes que no estaban entusiasmadas con el heavy. Es más, hasta lo detestaba. Para mí aquello eran gritos y poses macarras que no merecían la menor consideración. Estábamos en los años 80, el tiempo de las grandes bandas de rock y yo me decantaba por Madonna y cosas así. Lo más duro para mí eran los Rolling Stones.
Sin embargo, una veta metalera se empezaba a abrir en mi alma con los Scorpions. El grupo alemán me conquistó con las melodías de sus baladas y sus medios tiempos y, entre ellas, suavemente como con vaselina, se iban infiltrando los riffs de Rudolf Schenker, los punteos de Matthias Jabs y los gritos con su voz casi femenina de Klaus Meine. Y ahí se quedaron.
Scorpions era el único grupo que me gustaba verdaderamente entre aquella maraña para mí incomprensible constituida por Iron Maiden, Judas Priest, Mötorhead, Accept... Luego algunas piezas contadas no me desagradaban, incluso podría decir que "me ponían las pilas", como el inmortal Smoke on the water, de Deep Purple. Claro que si eso no le gusta a alguien, ese alguien debe de estar muerto. Y en el panorama nacional también había su excepción: frente a los clásicos de aquella época, Obús y Barón Rojo, a mí me gustaban algunas canciones de Leño y, posteriormente y sobre todo, Rosendo.
Mi despertar, por así decirlo, se produjo ya en los años 90, siendo yo ya algo más maduro, con aquellas cintas que me dejó escuchar mi primo de un grupo que entonces empezaba a hacerse conocido en el mundo de la música: Guns N'Roses. Aquellos angelinos me fascinaron con una música que a mí me sonó original, con la voz (nada virtuosa, cierto) llevada al extremo en los agudos y en los graves de Axl Rose y con la guitarra (poco virtuosa, cierto) con solos inolvidables de Slash, con aquellas canciones que alternaban las destructivas y demoledoras con las baladas más tiernas, las simples con las elaboradísimas... Aquel grupo heterogéneo de contrastes imposibles marcó un antes y un después en mi sensibilidad.
Eran los tiempos de lo que después llamarían Nu Metal: entonces se discutía en si aquello era heavy o no, polémica para mí del todo inexistente, pues no soy, ni para la música ni para nada en absoluto, un purista, sino más bien un mestizo. Y otro grupo del momento fundamental para mí, con más trabajo por mi parte pues no me entraron a la primera, fueron los Skid Row, con el cantante John Sebastian Bach (que a nadie se le pase por alto el nombrecito del para mí mejor "gritón" de la historia del rock) a la cabeza. Sus desgarradoras baladas me sumían en una especie de catarsis; sus brutales canciones llegaron a conectar con mi ira post-adolesente.
Recapitulando, la semilla fue sembrada con Scorpions y el abono distribuido por Guns N'Roses y Skid Row. Tocaba la recolección. Por la noche escuchaba un programa de radio que se llamaba En el corazón de la ciudad, en el cual emitían baladas de grupos heavy, en la televisión veía con renovado interés conciertos de AC/DC o Judas Priest, y en cuanto tenía ocasión escuchaba, ahora sí, los CD de Iron Maiden, Whitesnake, Led Zeppelin... y The Eye, de King Diamond.
Este último álbum fue fundamental para mí. Sus canciones hilvanaban una historia de brujería e inquisición envuelta en una atmósfera inquietante, en la que las voces de todos los personajes eran interpretadas por el artista danés. Aquello me pareció de un virtuosismo impresionante: buen tema, buenas letras, buenas guitarras... y buenas voces todas ellas emergentes de la misma garganta. Definitivamente, aquella música no era sólo gritos y palabrotas.
Otro virtuoso terminó de convencerme: el sueco Ynwie Malmsteen, con la guitarra convertida en una prolongación de su cerebro, era capaz de componer canciones de una calidad técnica impecable y extasiar a los que le escuchábamos, alternando canciones más o menos ligeras con piezas que casi podrían emparentar con la música clásica, hasta el extremo de acompañar con la guitarra eléctrica una orquesta sin desmerecer lo más mínimo. O sea, no solamente es mucho más que gritos, sino que mantiene una conexión en la composición con la música clásica. Y así, de Malmsteen pasé a los casi instrumentales Joe Satriani y Steve Vai. Definitivamente, aquella aventura merecía la pena.
Mis escuchas musicales ya estaban protagonizadas por el hard-rock y el heavy metal. Eran los tiempos del auge del grunge, un estilo con el que no he llegado a identificarme demasiado, pero del que también extraigo mis joyitas: Pearl Jam, Soundgarden o Alice in Chains, por ejemplo. Aquella tendencia influyó en el que era mi grupo de pop-rock español favorito en aquellos tiempos: los Héroes del Silencio. En su álbum Avalancha sus influencias son clarísimas, máxime si se compara con los anteriores, aunque ya El espíritu del vino algo apuntaba. En ese panorama español, ya más propiamente heavy, yo me asomaba a Saratoga, con mi admiradísimo Leo Jiménez a la voz (del que más adelante hablaré), a Avalanch, Tierra Santa, Medina Azahara, y, sobre todo, a los madrileños Mägo de Oz, cuyo álbum La leyenda de La Mancha me sumió en un estado cuasi-místico durante todo un fin de semana: ¡una adaptación del Quijote en versión metal! ¡Con los agudos de José Andrea y los adornos celtas con el violín de Moja! Y después vino su siguiente álbum Jesús de Chamberí, interpretando la historia de Jesucristo en los tiempos actuales de forma crítica. En cuanto a los riojanos Tierra Santa, en ellos encontraba relatos históricos, leyendas, pasajes de la Biblia... Con Mägo de Oz y Tierra Santa había confirmado algo que ya venía barruntando: el rock también es una puerta hacia formas más elevadas de cultura. Y por si fuera poco, más adelante lo encontré refrendado por alguien que también lo descubrió tardíamente, el escritor y académico Arturo Pérez-Reverte.
Entretanto, iban llegando los tiempos de internet. Ahora ya podía acceder a mis búsquedas de forma casi ilimitada: buscaba desde los grupos más clásicos, como Rainbow y su cantante en solitario Dio, Manowar o Helloween (aparte de los ya mencionados) hasta los más extremos, como Sepultura, Pantera o los ya clásicos trash metal Metallica. Pasando por el re-descubrimiento del metal cristiano con Whitecross y, sobre todo, Stryper. Con ellos nos situamos en una temática religiosa en las antípodas de lo satánico, tan recurrente en el metal.
Esta temporada empalma ya con el momento actual, en el que buceo buscando un poco de todo, encandilándome sobre todo con el artista español Leo Jiménez, que colma todas mis expectativas: os hablo (desde mi modesto punto de vista, claro) de un verdadero artista total que rezuma música por los cuatro costados y con el que disfrutas escuchándole hasta en las entrevistas. Según le he oído contar, su primera guitarra se la regaló su abuelo cuando era un niño. Cuando trabajaba como fontanero, su sueldo lo empleaba casi íntegramente en asistir a clases de canto. Empezó su carrera musical con Krysalida, una formación muy experimental; siguió con Alborde, dio el gran salto a Saratoga y estando en el mejor momento de su carrera con esta formación, decidió emprender su camino en solitario como Leo 037 (sus dos discos con este nombre para mí son los mejores), compaginándolo con otra banda de metal gótico, Stravaganzza. Sus últimos discos los firma ya como Leo Jiménez. Además, ha actuado en el papel de Jesús en la última interpretación de Jesucristo Superstar en Valencia, ha participado en la misma ciudad en un homenaje a Nino Bravo, y ha colaborado en otro proyecto que merece nuestra atención en este espacio: la ópera rock Edgar Allan Poe: legado de una tragedia, proyecto que podrá gustar o no, pero no me cabe duda de que no debe caer en el olvido el homenaje que hacen unos músicos de rock españoles de varias generaciones a una de las figuras más emblemáticas de la literatura universal. Otra vez la Cultura con mayúscula por vía del rock.
...Y podría seguir y seguir. Pero creo que como muestra ya es suficiente para transmitiros mi interés por esta música. Por una parte, no encuentro en el panorama de la música popular ningún otro estilo en el que encuentre tanta profundidad y tanta satisfacción al escucharlo, ni tanto interés en investigarlo. Por otra, para los que me dicen que no me pega, mi carácter es reflexivo (a veces excesivamente reflexivo) y un poco tímido, así que disfrutar de una buena dosis de metal es para mí como tomarme un buen café cargado por las mañanas, como cuando te quedas paralizado por las dudas a la hora de tomar alguna decisión y alguien da ese puñetazo positivo en la mesa que te carga de energía diciendo ¡vamos allá! ¡A por ello!
Mi despertar, por así decirlo, se produjo ya en los años 90, siendo yo ya algo más maduro, con aquellas cintas que me dejó escuchar mi primo de un grupo que entonces empezaba a hacerse conocido en el mundo de la música: Guns N'Roses. Aquellos angelinos me fascinaron con una música que a mí me sonó original, con la voz (nada virtuosa, cierto) llevada al extremo en los agudos y en los graves de Axl Rose y con la guitarra (poco virtuosa, cierto) con solos inolvidables de Slash, con aquellas canciones que alternaban las destructivas y demoledoras con las baladas más tiernas, las simples con las elaboradísimas... Aquel grupo heterogéneo de contrastes imposibles marcó un antes y un después en mi sensibilidad.
Eran los tiempos de lo que después llamarían Nu Metal: entonces se discutía en si aquello era heavy o no, polémica para mí del todo inexistente, pues no soy, ni para la música ni para nada en absoluto, un purista, sino más bien un mestizo. Y otro grupo del momento fundamental para mí, con más trabajo por mi parte pues no me entraron a la primera, fueron los Skid Row, con el cantante John Sebastian Bach (que a nadie se le pase por alto el nombrecito del para mí mejor "gritón" de la historia del rock) a la cabeza. Sus desgarradoras baladas me sumían en una especie de catarsis; sus brutales canciones llegaron a conectar con mi ira post-adolesente.
Recapitulando, la semilla fue sembrada con Scorpions y el abono distribuido por Guns N'Roses y Skid Row. Tocaba la recolección. Por la noche escuchaba un programa de radio que se llamaba En el corazón de la ciudad, en el cual emitían baladas de grupos heavy, en la televisión veía con renovado interés conciertos de AC/DC o Judas Priest, y en cuanto tenía ocasión escuchaba, ahora sí, los CD de Iron Maiden, Whitesnake, Led Zeppelin... y The Eye, de King Diamond.
Este último álbum fue fundamental para mí. Sus canciones hilvanaban una historia de brujería e inquisición envuelta en una atmósfera inquietante, en la que las voces de todos los personajes eran interpretadas por el artista danés. Aquello me pareció de un virtuosismo impresionante: buen tema, buenas letras, buenas guitarras... y buenas voces todas ellas emergentes de la misma garganta. Definitivamente, aquella música no era sólo gritos y palabrotas.
Otro virtuoso terminó de convencerme: el sueco Ynwie Malmsteen, con la guitarra convertida en una prolongación de su cerebro, era capaz de componer canciones de una calidad técnica impecable y extasiar a los que le escuchábamos, alternando canciones más o menos ligeras con piezas que casi podrían emparentar con la música clásica, hasta el extremo de acompañar con la guitarra eléctrica una orquesta sin desmerecer lo más mínimo. O sea, no solamente es mucho más que gritos, sino que mantiene una conexión en la composición con la música clásica. Y así, de Malmsteen pasé a los casi instrumentales Joe Satriani y Steve Vai. Definitivamente, aquella aventura merecía la pena.
Mis escuchas musicales ya estaban protagonizadas por el hard-rock y el heavy metal. Eran los tiempos del auge del grunge, un estilo con el que no he llegado a identificarme demasiado, pero del que también extraigo mis joyitas: Pearl Jam, Soundgarden o Alice in Chains, por ejemplo. Aquella tendencia influyó en el que era mi grupo de pop-rock español favorito en aquellos tiempos: los Héroes del Silencio. En su álbum Avalancha sus influencias son clarísimas, máxime si se compara con los anteriores, aunque ya El espíritu del vino algo apuntaba. En ese panorama español, ya más propiamente heavy, yo me asomaba a Saratoga, con mi admiradísimo Leo Jiménez a la voz (del que más adelante hablaré), a Avalanch, Tierra Santa, Medina Azahara, y, sobre todo, a los madrileños Mägo de Oz, cuyo álbum La leyenda de La Mancha me sumió en un estado cuasi-místico durante todo un fin de semana: ¡una adaptación del Quijote en versión metal! ¡Con los agudos de José Andrea y los adornos celtas con el violín de Moja! Y después vino su siguiente álbum Jesús de Chamberí, interpretando la historia de Jesucristo en los tiempos actuales de forma crítica. En cuanto a los riojanos Tierra Santa, en ellos encontraba relatos históricos, leyendas, pasajes de la Biblia... Con Mägo de Oz y Tierra Santa había confirmado algo que ya venía barruntando: el rock también es una puerta hacia formas más elevadas de cultura. Y por si fuera poco, más adelante lo encontré refrendado por alguien que también lo descubrió tardíamente, el escritor y académico Arturo Pérez-Reverte.
Entretanto, iban llegando los tiempos de internet. Ahora ya podía acceder a mis búsquedas de forma casi ilimitada: buscaba desde los grupos más clásicos, como Rainbow y su cantante en solitario Dio, Manowar o Helloween (aparte de los ya mencionados) hasta los más extremos, como Sepultura, Pantera o los ya clásicos trash metal Metallica. Pasando por el re-descubrimiento del metal cristiano con Whitecross y, sobre todo, Stryper. Con ellos nos situamos en una temática religiosa en las antípodas de lo satánico, tan recurrente en el metal.
Esta temporada empalma ya con el momento actual, en el que buceo buscando un poco de todo, encandilándome sobre todo con el artista español Leo Jiménez, que colma todas mis expectativas: os hablo (desde mi modesto punto de vista, claro) de un verdadero artista total que rezuma música por los cuatro costados y con el que disfrutas escuchándole hasta en las entrevistas. Según le he oído contar, su primera guitarra se la regaló su abuelo cuando era un niño. Cuando trabajaba como fontanero, su sueldo lo empleaba casi íntegramente en asistir a clases de canto. Empezó su carrera musical con Krysalida, una formación muy experimental; siguió con Alborde, dio el gran salto a Saratoga y estando en el mejor momento de su carrera con esta formación, decidió emprender su camino en solitario como Leo 037 (sus dos discos con este nombre para mí son los mejores), compaginándolo con otra banda de metal gótico, Stravaganzza. Sus últimos discos los firma ya como Leo Jiménez. Además, ha actuado en el papel de Jesús en la última interpretación de Jesucristo Superstar en Valencia, ha participado en la misma ciudad en un homenaje a Nino Bravo, y ha colaborado en otro proyecto que merece nuestra atención en este espacio: la ópera rock Edgar Allan Poe: legado de una tragedia, proyecto que podrá gustar o no, pero no me cabe duda de que no debe caer en el olvido el homenaje que hacen unos músicos de rock españoles de varias generaciones a una de las figuras más emblemáticas de la literatura universal. Otra vez la Cultura con mayúscula por vía del rock.
...Y podría seguir y seguir. Pero creo que como muestra ya es suficiente para transmitiros mi interés por esta música. Por una parte, no encuentro en el panorama de la música popular ningún otro estilo en el que encuentre tanta profundidad y tanta satisfacción al escucharlo, ni tanto interés en investigarlo. Por otra, para los que me dicen que no me pega, mi carácter es reflexivo (a veces excesivamente reflexivo) y un poco tímido, así que disfrutar de una buena dosis de metal es para mí como tomarme un buen café cargado por las mañanas, como cuando te quedas paralizado por las dudas a la hora de tomar alguna decisión y alguien da ese puñetazo positivo en la mesa que te carga de energía diciendo ¡vamos allá! ¡A por ello!
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