Mi temporada de running hubiera comenzado en septiembre. Estaba más motivado que nis dos años anteriores y con un objetivo más ambicioso: ya no pretendía terminar en mayo corriendo una media marathon, sino que se trataba de correr varias medias a lo largo del ciclo por si en un futuro próximo me lanzaba a esa entelequia que hoy es para mí completar corriendo esos míticos 42.195 metros que configuran una maratón completa. Pero mis comienzos no pudieron ser peores: fuerte catarro que me impidió estar en los 10 kilómetros de La Melonera, lesión jugando al fútbol que me incapacitó el nervio ciático, torcedura de tobillo al cruzar una calle y... nuevo catarro.
Me vine abajo. Pensamientos de dejarlo ya definitivamente revoloteaban como negros pájaros de mal agüero entre las miasmas de mi mente. Y esta mañana no tuve ninguna gana de calzarme las zapatillas para salir. Pero lo hice, a pesar de todo.
Calenté y estiré bien antes de empezar. No quería dar otro nuevo paso atrás después de haber vencido la pereza, y me obligué, al menos, a dar mi vuelta pequeña, de 2,7 kilómetros, repitiéndome a mí mismo que más valía eso que nada.
Prudente, un paso detrás de otro, centrado en la respiración y en la pisada, pelvis encima del pie de apoyo y brazos oscilando en ángulo recto, fui avanzando calle arriba. Al doblar la esquina, aproximadamente al medio kilómetro, mi pulsera de actividad me advirtió de que mi corazón latía por encima de lo razonable, es decir, mi ritmo cardiaco era excesivamente elevado. ¡Qué lamentable me sentí! Qué fácil resulta ya perder la forma física, y qué difícil recuperarla, pensé Pero aflojé el ritmo y seguí.
La pulsera me advirtió tres o cuatro veces más, y fue entonces cuando algo cambió en mi mente: era hora de aceptar la realidad, y tenía que intentar disfrutar como si fuese la primera vez que salía a correr. Reduje aún más la velocidad, y ya todo comenzó a fluir mucho mejor.
Al final, no di mi vuelta pequeña, sino que me animé a completar la que suelo hacer de lunes a viernes, de 3,7 kilómetros, que no está nada mal. Cuando la terminé, estiré bien antes de entrar por mi portal, y subí las escaleras con cierta satisfacción y las ganas de continuar en los días venideros. Aún me queda cuerda, después de todo.
Esta vuelta a las andadas tiene un doble sentido: hoy, 2 de noviembre de 2019, volví a correr después de un largo parón, y he vuelto a publicar un engendro más después de una inactividad de... años.
¡Que sea verdad que aún me queda cuerda para rato!
Te queda cuerda para rato,lo veo en tus ojos cada día cuando me queda a mí cuerda y llego a tiempo de verlos.
ResponderEliminarComparto tu alegría de volver a empezar algo, hay veces que segundas oportunidades pueden ser para toda la vida.
Tu siempre seguidora
Muchas gracias, Beli. Seguidores como tú son mi mejor estímulo para continuar.
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