Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,sobre la olvidada fosa,¿quién vendrá a llorar?Gustavo Adolfo Bécquer.
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,sobre la olvidada fosa,¿quién vendrá a llorar?Gustavo Adolfo Bécquer.
–¡Ni una copita de coñac más! ¿Me has oído? ¡Ni una sola!
Esas fueron las palabras que Josefa le espetó a Ramón, su marido, a la salida del centro de salud de Carabanchel, después de que la doctora Elena Izquierdo les hizo ver a ambos el resultado de sus análisis clínicos. Don Ramón, a sus ochenta años de edad, operado de cáncer de vejiga y superviviente de dos infartos de miocardio, no estaba en condiciones de permitirse esas licencias con el alcohol. Menos mal que, al menos, había abandonado el tabaco hacía ya 15 años.
Desde siempre me ha gustado viajar solo. Disfruto sumergiéndome en nuevos lugares, conociendo nuevas culturas y gentes, sin una previa planificación exhaustiva. Únicamente decido una fecha de partida y otra aproximada para volver. Así, he visitado distintos países de los cinco continentes cuyas experiencias me han enriquecido en mayor o menor medida, pero ninguna de ellas se puede tan siquiera comparar a la que viví en Hungría.
Paul Valéry
Jacinto Verdaguer era lo que podríamos considerar un padre de familia ejemplar. Felizmente casado con Susana Calderón, tuvieron dos hijas, Andrea y Cristina, que en el momento de los hechos que voy a relatar, tenían catorce y doce años de edad respectivamente. Vivían los cuatro en una vivienda de 140 metros cuadrados situada en el Ensanche de Vallecas, de Madrid. Gozaban de una situación económica bastante desahogada, dadas las ocupaciones de ambos: ella trabajaba como ingeniera informática de una gran empresa, mientras que él regentaba una tienda de venta y reparación de bicicletas, negocio que vivió un espectacular auge durante esa época de nuestro pasado reciente conocida como postpandemia.
Tras los momentos más duros de la pandemia, volvieron las carreras populares. Había entrenado mejor que nunca para este evento semana tras semana y todo había salido bien... excepto el último entrenamiento de hacía dos días, que por poco me echa a perder todo el trabajo.
“Cualquiera que despierto se comportase como
lo hiciera en sueños sería tomado por loco”
Sigmund Freud
Marcelo Valladares a sus 72 años era una persona feliz, en el mejor sentido de la palabra. No hubiera cambiado su vida por ninguna otra. Vivía con sencillez valorando cada instante en el pueblo madrileño de Rascafría siempre al calor de sus viejas amistades, pues familia propia ya no poseía: padres, hermanos, tíos y primos habían fallecido todos ya, y nunca se había casado, ni mucho menos engendrado descendencia. Pero no necesitaba más que la compañía de sus parroquianos de bar, su paseo vespertino y su trabajo, un oficio que, a pesar de su avanzada edad, seguía desempeñando con la pasión de un advenedizo: era ebanista.