Tiempo: ¿?
Otro domingo lluvioso en Madrid. Hacia el barrio de La Elipa me encaminé para participar en una carrera atípica: gratuita, corta, dura, y especialmente entrañable. Atípica por gratuita es evidente en los tiempos que corren, pues no sé si habrá en la actualidad alguna carrera popular en la que se cobre menos de 10 euros, siendo lo habitual 12 o 14. Corta, porque sólo son 6 kilómetros; dura, porque es cross, esto es, campo a través, con subidas y bajadas muy pronunciadas, y, como son tres vueltas al mismo circuito, cada subida o bajada ¡la sufrías-disfrutabas tres veces!
Decía también que es especialmente entrañable porque está organizada desde sus orígenes por una asociación de vecinos que quería proteger así el pinar, imagino que frente a intereses especulativos, y desde entonces la siguen celebrando año tras año. Pero, además del sentido reivindicativo, la carrera tiene su vertiente solidaria, pues también se da lugar a una operación kilo, así que allí me fui con un kilo de macarrones y otro de lentejas, encantado de poder correr y echar una mano a la vez.
Te dan el dorsal y cuatro imperdibles el mismo día de la carrera, el servicio de ropero lo cumple sobradamente una furgoneta en la que las mochilas se acumulan, sin más trámite que dejar y recoger cada uno la suya, y, a falta de baños químicos, el propio pinar, con sus múltiples árboles y sus frondosos arbustos, cumple a la perfección.
No hay chip para registrar los tiempos. Pero eso no impide que, además de la absoluta, se celebren otras dos carreras infantiles, con muchos aplausos para los pequeños, por cierto. Ni que haya premios para los vencedores al finalizar todas ellas.
A las 12 del mediodía dieron la salida de la carrera absoluta. Los más rápidos salieron como balas en los primeros puestos. No era para menos, pues al ser una distancia tan corta, si pretendías llegar en buena posición tenías que darlo todo desde el principio. Yo salí entre los más rezagados, sin más pretensión que la de disfrutar del acontecimiento. Tal fue así, que hasta se me olvidó activar mi pulsera, con lo que no tengo ni idea del tiempo que, al final, hice.
Los caminos estaban muy embarrados. Teníamos que elegir muy bien dónde pisar si no queríamos caernos, especialmente en las cuestas abajo. Al ir más o menos por la mitad, con ya cierto cansancio, me quedé atónito al contemplar cómo me adelantan cuatro o cinco corredores a una velocidad para mí increíble a esas alturas de la prueba. ¿Se han estado reservando hasta ahora, o qué?, pensé. Pero luego caí en que lo que aquellos elegidos lo que habían hecho era... doblarme. A mí y a los que iban más o menos a mi altura. ¡Qué bestias!
Pero, bueno, yo tenía que ir a lo mío. Y ahí mantenía mi ritmo, sanamente picado con una corredora que lucía una camiseta rosa de La carrera de la mujer, que en llano me adelantaba, y en las cuestas abajo la adelantaba yo a ella. Tres veces llegué a pasarla, y tres veces que me dejó atrás ella a mí. En los últimos metros me sacaba una distancia que parecía insalvable, pero poco a poco, ya empleando todas mis fuerzas finales, me fui aproximando. En la última recta antes de atravesar la meta estábamos tan sólo a uno o dos metros de distancia. Sobre el barrizal que constituía el piso en aquel punto ataqué, y... ella llegó antes. ¡Bravo por mi grata adversaria!
Nos fueron retirando los dorsales, y entregando una bolsa con una botella de agua, un cruasán relleno de cacao, una bolsa pequeña de Gusanitos y un zumo de frutas en tetra-brik individual.
Y luego nos pudimos llevar a nuestra casa el obsequio tradicional de este evento: una estupenda planta, que ya está habitando en mi terraza ¿Alguien da más por menos?
Y luego nos pudimos llevar a nuestra casa el obsequio tradicional de este evento: una estupenda planta, que ya está habitando en mi terraza ¿Alguien da más por menos?
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