El pasado domingo 2 de junio tuve la satisfacción de participar en la media maratón de Carabanchel por segundo año consecutivo. Una carrera con tan sólo 4 años de vida, contando la edición de hoy, a la que no le falta nada: tiene belleza madrileña, ya que la salida y meta se encuentran situadas en el Puente del Rey, un monumento sobre el río Manzanares muy representativo de nuestra ciudad; tiene una parte de recorrido agradable por el paseo de Madrid Río; tiene encanto de barrio, pues en ocasiones discurre entre calles de Carabanchel desde cuyas ventanas los vecinos animan a los corredores; y tiene dureza. Mucha dureza: desde el kilómetro 6 hasta el 12,5, pura subida.
Acudí tras una noche demasiado corta. El horario de salida estaba fijado a las 8:30, con lo que lo prudente hubiera sido estar allí a las 7:30, para lo que hubiera sido necesario salir de casa a las 6:30, y para conseguir esto tenía que levantarme a las 5:30, no para trabajar, no. ¡Para correr! ¡Y en domingo!
Bueno, pues lo único que cumplí fue levantarme a las 5:30 después de haberme acostado a las 12 de la noche. Estuve lento, quizá por las pocas horas de sueño y no salí de casa hasta las 6:45 de camino al metro. Tampoco estuve muy afortunado con los horarios de espera y, en conclusión llegué allí sobre las 7:50. Llegué precipitado. No había tiempo que perder: ropero, WC y calentamiento sin dudar ni un segundo. Pude hacerlo todo bien y a las 8:30 me encontraba ya en mi cajón en condiciones de afrontar la prueba.
Dieron la salida. Puse Strava en el móvil (lo usaba por primera vez en una carrera) y a correr.
Durante los primeros kilómetros, íbamos todos los corredores bastante juntos por calles un tanto estrechas por las inmediaciones de la ermita de San Isidro. El clima era perfecto: día soleado y ligeramente fresco. Enseguida enganchamos con Madrid Río y pasamos por debajo del Puente del Rey. A los 5 kilómetros llegó el primer avituallamiento, que se solventó sin problemas, y enseguida llegamos a Plaza Elíptica.
Tiramos Vía Lusitana arriba. Cuesta larga y constante. Pasamos junto al edificio azul que durante 15 años fue mi destino laboral, momento emotivo y asalto de recuerdos a mi mente que me hicieron sonreír... y, antes de que me diese cuenta, habíamos llegado al segundo avituallamiento.
Me pilló desprevenido. No había sacado el gel deportivo del cinturón. Me pareció que habíamos llegado demasiado pronto y le pregunté a una voluntaria si estábamos en el kilómetro 10, respondiéndome ella que sí. Tuve ahí un momento de dificultad para rescatar el gel del cinturón con la botella de agua en la mano que me hizo bajar un poco el ritmo, pero nada relevante.
Lo que sí tuvo su importancia es que, al momento de engullir el gel, vi un cartel que señalaba el kilómetro 9. ¡Se había confundido la voluntaria y me había confundido a mí! Entré ahí en una pequeña crisis porque las cosas no eran como imaginaba, ya que llegué a pensar que estaba en una forma espléndida al sentirme fresco en el kilómetro 10, cuando en realidad aún faltaba 1 kilómetro para llegar a esa distancia. Con lo que me había tomado el gel quizá demasiado pronto y, además, faltaba 1 kilómetro más de lo que yo pensaba para finalizar la carrera. Tocaba no venirme abajo, levantar mi ánimo y resetear mi mente... ¡cuesta arriba!
Al final de Vía Lusitana doblamos por Aguacate. ¡Más cuesta arriba! Aquí tengo que decir que me ayudó mucho en esta carrera la técnica de psicología inversa que aplico desde el 15 km Madrid Metlife, consistente en trabajar en las cuestas abajo y disfrutar en las cuestas arriba. Con lo que me dije "¡Qué bien! ¡Más cuestas, luego voy a seguir disfrutando del paisaje, de los compañeros, de la gente que anima...! Tantas veces me lo dije a mí mismo que acabé por creérmelo.
Doblamos una curva a la derecha y empezamos a bajar. Estábamos en el kilómetro 12,5, según lo que yo había estudiado previamente de la carrera. Por supuesto, me dije "se acabó la diversión, David. Ahora ponte a trabajar". Así que a bracear enérgicamente con los codos hacia atrás y a empujar el suelo bien con la pierna de apoyo para estirar la zancada.
Fuimos bajando unos cuantos kilómetros. Estábamos todos un poco machacados y aquello nos sirvió para recuperarnos un poco, cuando vino el tercer avituallamiento. Una vez más, me pareció demasiado pronto y esta vez el error fue totalmente mío, porque tras asir la botella de agua, eché mano al bolsillo trasero de mi pantalón donde guardo la cápsula de sal y se me había olvidado dejarlo un poco abierto como en otras ocasiones. Con lo que abrirlo en aquellas circunstancias sin pararme me resultó imposible y decidí prescindir de la cápsula. Afortunadamente, no hacía demasiado calor y podía aguantar.
Y nada más suceder esto... ¡nueva cuesta arriba traicionera! "¡Qué bien! A disfrutar de nuevo", me dije, por supuesto. Ésta fue una cuesta empinada, pero no muy larga y, cuando concluyó, ya todo era bajada hasta la meta. Es decir, tocaba trabajar hasta el final.
Pero entonces recordé que no sólo no había tomado la pastilla, sino que, además, el gel lo había ingerido demasiado pronto y eso podía pasarme factura. En fin, las malas jugadas que te hace la mente cuando estás cansado. Lo cierto era que las piernas estaban fatigadas y que yo estaba echando de menos los electrolitos, no sé si físicamente o por el simple efecto psicológico de saber que no los había tomado.
Durante los últimos tres kilómetros, más o menos, por el parque de San Isidro, me sentí muy fatigado y, aunque tocaba trabajar, lo único que se podía hacer era resistir. Algo totalmente normal en una media maratón, recordemos el efecto del famoso muro.
Aguanté. Había que apretar cuádriceps para minimizar el impacto en las rodillas. La buena gente carabanchelera seguía animando a nuestro paso hasta llegar de nuevo a Madrid Río en el kilómetro 20. Sólo faltaba uno y unos pocos metros, pero... el último siempre es el más largo. Al menos, en nuestra mente.
Otros corredores que ya habían llegado nos animaban hasta que pasamos por el arco de meta y, una vez más... ¡Se consiguió completar sin parar! Me colocaron la medalla de finisher, recogí una botella de agua, una bebida isotónica y un par de naranjas y busqué un lugar donde descansar un poco antes de irme. Me sentí satisfecho. Lo había conseguido y sabía que había hecho un tiempo aceptable, a espera de su confirmación.
Y toca hablar de mi otro despiste.
Una vez en casa, ya por la tarde, se me ocurre consultar el teléfono y, para mi sorpresa, veo que la aplicación Strava me dice que llevo más de 10 horas de práctica deportiva. ¡Se me había olvidado dar al stop al pasar la meta! Así que, yo que quería adjuntar una captura de pantalla con la imagen del recorrido en Strava, me quedé sin poder hacerlo.
Al día siguiente, lunes, salieron las clasificaciones. Hice un tiempo real de 2:05:47. Muy digno para mi, en la línea de mis buenos tiempos antes de pulverizarlos con mi 2:02:22 de Fuencarral. La media de Carabanchel es dura, todo un símbolo del barrio que le da nombre, y yo me doy por satisfecho con lo conseguido allí.
En definitiva, una bella carrera con tan sólo 4 años de vida que yo recomendaría a cualquiera que le guste correr estas distancias y que, eso sí, no pretenda hacer su mejor marca. Yo la disfruté mucho y considero que es una buena preparación para la que me espera: San Lorenzo de El Escorial. ¡Nos vemos allí!
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