lunes, 17 de junio de 2024

21ª Media Maratón San Lorenzo de El Escorial: el maravilloso rompepiernas de Madrid

¡Por fin llegó el día! Domingo 16 de julio de 2024. Toda mi temporada de running esperando este momento. La media maratón más dura de toda la Comunidad de Madrid: el desafío de los desafíos.

Tras mis varias participaciones durante este año en la distancia de los 21 kilómetros, había que madrugar para correr en este privilegiado lugar de la Sierra madrileña del Guadarrama, con el entorno natural del monte Abantos, y el Real Monasterio, patrimonio de la humanidad, como guinda cultural del pastel.

Estaba nervioso durante los días previos. Había entrenado bien, pero, si en cualquier media maratón es habitual la incertidumbre de terminarla, en ésta la duda es aún mayor, dada su fama de dureza y el hecho de no haberla corrido nunca. Aunque también hay que decir que mi entusiasmo por la cita era aún mayor que mi nerviosismo.

De manera que ese domingo el despertador sonó, implacable, a las 6:00 a.m. y, tras las ineludibles rutinas mañaneras de runner, a las 7:20 me encontraba al volante listo para zarpar: Polideportivo Zaburdón en el Google Maps y Manowar en el Spotify. ¿Qué más podía necesitar para motivarme?

Sobre las 8:10 ya estaba buscando aparcamiento por los alrededores del polideportivo. No me costó demasiado encontrar un hueco, así que, con bastante tranquilidad, me encaminé hacia mi destino, punto de salida y de meta de la carrera. Eso sí, tampoco podía confiarme porque esta vez, además de hacer uso del ropero y del servicio, había que recoger el dorsal en ese mismo día. Pero todo fue bastante rápido y bien, esa es la verdad. Así que tuve tiempo para colocarme el dorsal y calentar adecuadamente antes de la prueba.

El día lucía espectacular. Con sol y buena temperatura, sin pasar frío pero tampoco demasiado calor. El ambiente era maravilloso: se notaba la alegría de todos los que allí estábamos. Yo iba con la intención de hacer un buen reportaje de fotos e incluso vídeos en carrera, pero luego vi que la cosa no era tan fácil y... bueno, hice lo que pude.

Era también día de estreno en carrera de nuevas zapatillas. Atrás quedaron mis últimas Nike Structure que, si bien me transmitieron unas sensaciones inmejorables en los primeros días de carrera, lo cierto es que duraron menos que un chupachups en la puerta de un colegio: enseguida empezó a pelarse la suela por la zona del talón izquierdo, donde mi pisada pronadora hace estragos, y tras la suela siguió, inexorable, la media suela, quedando un boquete irregular en la zona con el que correr ya suponía riesgo de lesión.

Mis nuevas Adidas Supernova Solution ya llevaban rodaje y pista durante la semana y se habían portado inmejorablemente. Pero, ¿se portarían igualmente bien en una prueba salvaje como era la que estaban a punto de afrontar?

Tras unas explicaciones por megafonía sobre la prueba, llegaron la cuenta atrás y el disparo de la salida. Allá salimos todos y yo me di cuenta de que se me había olvidado conectar el Strava para grabar la ruta. Error tecnológico por mi parte.

Nada más salir, cuesta. Pero cuesta fuerte, aunque breve, eso sí. Como para ir calentando los gemelos, pensé. Luego giro a la izquierda, llaneo y bajar para volver a pasar por el polideportivo y salir a la carretera en dirección a Guadarrama. Ahí, más llaneo y subida ligera. Así hasta el kilómetro 3, momento en el que tuvimos que girar a la izquierda para tomar la carretera de montaña de la zona conocida como La Penosilla. En ese momento supe que ya se había acabado la broma: nos esperaban 4 kilómetros de fuerte subida con curvas. Era el momento de poner a prueba, esta vez de verdad, el poder de la psicología inversa, esto es, de pretender convencerme de que hay que disfrutar con las cuestas arriba. ¡Tenía por delante 4 kilómetros para hartarme de disfrutar!

Era brutal. Muchos corredores empezaron a caminar. Alguno, que no debía de haber estudiado previamente la carrera, dijo en voz alta: "pero cuándo acaba esto". "¡Pues no nos queda nada!", pensé yo mismo.

Cuesta arriba, curva, más cuesta arriba, más curva... y así. Pero lo que nadie nos podía quitar eran la naturaleza y las vistas: árboles, zarzas y jaras a nuestra derecha, y el pantano de Valmayor a nuestra izquierda rodeado de verde visto desde una buena altura.

Había corredores que a veces caminaban y a veces corrían. Recuerdo una chica vestida de amarillo que corría como una gacela sacándome ventaja, pero enseguida se paraba y yo, como buena tortuga que soy, la acababa alcanzando y adelantando. Pero de nuevo ella se recuperaba y volvía a correr, pasándome de nuevo sin dificultad. Así, hasta no sé cuántas veces. Cuando llegamos a la cima, finalmente, se distanció de mí y ya no la volví a ver.

Cuando finalizó la tortura de la subida de cuatro kilómetros, llegó el primer avituallamiento. Es decir, nos encontrábamos en el kilómetro 7 y hasta entonces no habíamos bebido nada. Es otra de las peculiaridades de la carrera: los avituallamientos no están en los puntos habituales.

Tras recibir nuestra botella de agua, parecía que pronto empezaríamos a bajar, pero no. Aún quedaba un llaneo por terreno de grava con dificultad para correr, con pequeños repechos durante casi un kilómetro.

Por fin llegó la bajada. Parecía que era un buen momento para relajarnos, pero también tenía lo suyo. Era una pendiente bastante pronunciada y con curvas cerradas, con lo que las rodillas sufrían bastante. Había que tener cuidado.

El descenso se prolongó durante dos o tres kilómetros. Ahí me vi bastante bien, pero eso sí, con los cuádriceps trabajados por la subida y ya se notaba cierto dolor en las articulaciones. Pero pude meterle un poco de caña bajando, que también es un placer.

Llegamos a la parte más baja del pueblo y estaríamos por el kilómetro 11 o así. Aquí tengo que decir que me pasó factura el hecho de no haber tenido el habitual avituallamiento del kilómetro 10 para tomar el gel. En esta ocasión no iba a llegar hasta el 14, y ya sabéis cómo es la mente en estos casos, que te empieza a sugerir ideas tales como "pues para ser la prueba más dura, vas a tomar el gel demasiado tarde", "te vas a agotar", "te vas a lesionar", "se te van a acabar las fuerzas", y otras lindezas por el estilo.

Pero es que, además, en ese punto llegaba lo que los lugareños de allí llaman los toboganes de la carrera. Esto es, que hasta la meta todo iban a ser subidas y bajadas constantes, con las piernas fatigadas como estaban. Y, efectivamente, esos toboganes llegaron: para arriba, para abajo, para arriba, para abajo...

Así hasta el kilómetro 14. Por fin llegó el ansiado avituallamiento y mi ingesta del gel. Me sentí un poco más recuperado durante los kilómetros 15 y 16, que creo que fue entonces cuando llegamos al Monasterio.

¡Es precioso pasar corriendo pegados a los muros del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial! Sientes que estás combinando deporte y cultura a un tiempo. Eso sí, con las fuerzas bastante mermadas ya.

Al poco de pasarlo, un voluntario de los que animan me grita:

–¡Animo, que ya sólo te quedan cuatro kilómetros!

–Los cuatro críticos... pero vamos a por ello –le respondo.

Y entonces él me grita las palabras mágicas:

–Los cuatro últimos. ¡Y en la meta tienes cuatro barriles de cerveza esperándote!

La visión de los barriles de cerveza me hizo levantar los brazos de alegría.

Al poco, en el kilómetro 18 llegó el tercer avituallamiento. Cogí mi agua y seguí, tratando de no pensar. Sentí el cansancio brutal, habitual en todas las medias, pero en ésta más brutal, si cabe, por todo: por su dureza, por no haberla corrido nunca, por el subibaja, por la incertidumbre...

Una banda de música animaba a los corredores a poco de distancia para finalizar. Yo casi no podía ni sonreír. Dos señoras animaban desde las ventanas de sus casas. A ellas conseguí devolverle los aplausos.

A escasos dos kilómetros de la meta dos corredores caminaban. A mí esto se me antoja una estampa muy triste: cada uno hace lo que quiere, de acuerdo, pero hemos venido aquí a correr, no a caminar, y ya falta muy poco. Un voluntario les recordó que podían recuperar, pero que en meta debían entrar trotando, al menos. Yo iba lento por la fatiga, pero, con las últimas energías que me quedaban en el cuerpo, aún corría. No dejé de correr en ningún momento. Caminar y luego recoger la medalla no entra dentro de mis principios.

Ya estaba muy cerca. Me dolían hasta las pestañas, pero medio kilómetro más y estaba hecho. Mucha gente animando. Yo les sentía como si estuvieran muy lejos, pero ya sabía que lo iba a conseguir. Una última vuelta y ¡ahí apareció el arco gris de la meta! ¡Qué alegría cuando lo atravesé!

Recogí la medalla y la bolsa del corredor con una botella de agua, un Aquarius y la camiseta conmemorativa de la carrera, que me la cambié por la que llevaba sudada, como una forma de colocarme un trofeo más.

Y aquí hay que hacer mención al avituallamiento final. ¡Espectacular!

Una mesa grande con plástico tenía varias rajas de sandía para que cogieras cuantas quisieras. En otra mesa, sándwiches artesanos envueltos para que comas hasta hartarte. ¡Y cerveza! ¡Lo de los cuatro barriles de cerveza para todos los corredores era cierto!

Y, por si esto fuera poco, a quien quisiera se le permitía entrar a la piscina con el dorsal de la carrera. ¿Alguien da más?

Queridos runners, ya sé que la cerveza no es lo mejor que podemos tomar después de correr una media maratón. Sé que el alcohol deshidrata. Pero dejadme que os diga que me encantó que nos dieran cerveza en esta carrera. Se trata de la última media maratón de la temporada y es una manera de acentuar su carácter festivo. Tras tomar el Aquarius, la botella de agua, y un par de sándwiches, un vasito (o dos) de cerveza no le hace daño a nadie. De hecho, yo no quise beber más porque después tenía que conducir.

En definitiva, una experiencia única, distinta a todas las demás medias maratones en que he participado, ideal para vivirla como colofón final a la temporada de running. Desde aquí, animo a que os apuntéis el próximo año. Eso sí, hay que llegar bien entrenados y, a no ser que pretendáis ganarla, os aconsejo que os centréis más en disfrutar que en el reloj.

¡Ah, el tiempo! Hoy mismo me he enterado de que mi tiempo real ha sido de 2:20:45. Si mi tiempo habitual en 21K ronda los 2:05, os podéis hacer una idea de lo que esta carrera es. ¡No os la podéis perder!

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