domingo, 17 de noviembre de 2024

47ª Media Maratón de Moratalaz: la carrera de las molestias

¡Por fin llegó la primera media maratón de mi temporada! Estaba deseando que llegara este momento, ya que el estudio de la promoción de mi trabajo me impidió correr la de Fuenlabrada, dos semanas antes. Corría en mi barrio por sus calles, más que conocidas, y acudía con la ilusión de poder batir mi mejor marca. Había entrenado para ello, estaba motivado y podía ocurrir.

La carrera empezaba tarde, a las 10:30 y me quedaba cerca de casa. No había estrés de ningún tipo ni necesidad de darme un madrugón extremo. Así que allí estuve sobre las diez menos veinte, con la idea de cumplir con los rituales propios de estos eventos, ya sabéis, calentamiento previo y micción preventiva para correr tranquilo. En esta ocasión no necesité hacer uso del guardarropa.

Calenté bien, o eso pensaba. Acudí a los servicios del polideportivo y, al volver, hice unos progresivos por Fuente Carrantona, detrás de la salida, para activarme. Al terminar, me situé para la salida, escuchando las tristes indicaciones que por megafonía iba transmitiendo un tío que hablaba en un tono más soso que el agua de fregar. Faltaban menos de cinco minutos para la salida y volví a sentir la vejiga llena, algo muy raro en mí, que no sabía por qué, pero en aquella mañana andaba con el muelle flojo. Afortunadamente, había allí mismo un baño químico con tan sólo dos corredores esperando delante de mí.

Cuando salí, el triste speaker ya había dado la salida y yo ni me había percatado. Pasé por el arco el último, algo que no tiene relevancia, pues el tiempo real no empieza a contar hasta que el sensor detecta el chip del dorsal, pero ya inicié la carrera con una sensación rara.

Enseguida empecé a juntarme a los corredores más rezagados y a adelantar a varios de ellos. Me sentía bien, con la motivación intacta, y hacía un día con muy buena temperatura para correr. ¡Vamos!, me decía a mí mismo.

De hecho, empecé como un tiro. La aplicación Nike Run Club iba registrándome unos buenos tiempos: kilómetro 1, a 5:13, kilómetro 2, a 5:35... ¡Vamos, el récord personal es posible!

Pero a partir del kilómetro 3 empecé a notar una molestia en el glúteo derecho. Me era familiar, ya que en la parte trasera de la pierna derecha, glúteo e isquiotibiales, tiendo a resentirme, pero últimamente estaba rodando bien y aquella mañana me sentía genial a todos los niveles. ¿Por qué aparecía ahora este puñetero dolor? ¿Y por qué tan pronto?

No tenía respuestas. Quizá no había calentado del todo bien, quizá di alguna mala zancada en esos progresivos, quizá había ido demasiado rápido en el primer kilómetro, quizá ese inoportuno pis de ultima hora... ¡quién sabe! Lo único cierto era que quedaban 18 kilómetros por delante y me las tenía que apañar con eso.

"Pues si el glúteo duele ¡que se fastidie! ¡Ya lo estiraremos después!", me dije. Seguí con la misma alegría, ignorando la molestia. Y fui muy bien durante bastante recorrido. Todos mis tiempos hasta el kilómetro 12 fueron por debajo de 6 minutos. Seguía en números de marca personal que podía incluso rondar las 2 horas al final.

Iba tan enfocado en la pura carrera que se me pasó el primer avituallamiento del kilómetro 5. No tengo ni idea de cómo fue, pero yo no lo vi. Me fijé en algún corredor bebiendo de su botellita de agua y me dieron ganas de preguntarle "pero cuándo la dieron, que no me he enterado". Pequeño contratiempo sin mucha trascendencia, aunque en realidad supuso desaprovechar una oportunidad para hidratarme.

Me mentalicé y seguí a buen ritmo. Hay que decir que si el encargado del megáfono era un soso, la carrera este año fue más rockera que en otras ocasiones. Al concluir los primeros 10 kilómetros, tomar el gel deportivo con agua, que en esta ocasión sí la cogí, y volver a pasar por Fuente Carrantona, un bafle enorme nos insuflaba ánimo con Enter sandman a la ida y Master of puppets a la vuelta, que en aquellos instantes me sentaron como si me hubiera bebido la poción mágica de Astérix: dejé de sentir el cansancio y el dolor y me permití, incluso, adelantar a algunos corredores más. Comenzaba la segunda vuelta al barrio y yo estaba enchufado.

Pero una media son muchos kilómetros. A partir del 12 ya empecé a sentir que mi rendimiento bajaba. Que la pierna tenía sus dificultades para responder y ya lo hice en 6:12, que no estaba mal, pero era un aviso.

De hecho, ya no volví a bajar de 6. En el punto crítico, el kilómetro 16, me fui hasta los 6:30. El dolor era más intenso y sentía la pierna como agarrotada. Tenía la tranquilidad de haber tomado mi gel y, en el kilómetro 15, mi cápsula de sales, por lo que, en principio, no me iba a suceder nada serio, pero había que estar atento a las señales físicas.

Íbamos por Avenida de Moratalaz. Faltaban los últimos 5 kilómetros, pero los más duros. Ya sabía que nada más terminar la avenida, dábamos un giro por Avenida de Vinateros que supondría una importante cuesta arriba. Cuando llegamos, mi pierna derecha era ya como una pata de palo: casi tenía que tirar de ella para correr y ya no podía buscar más objetivos que aguantar y llegar sin lesionarme.

Diría que en ese momento bajé el ritmo, pero la realidad es que no tuve que hacer nada para bajarlo. Simplemente, no podía forzar más. A partir de ahí corría como podía, a trote cochinero, tratando de mantener la técnica de carrera para evitar males mayores. Todo ello, además, con la fatiga habitual en ese punto de las medias maratones, que ya estando bien sientes que te quedas vacío y sin fuerzas.

Al volver a pasar por Fuente Carrantona, el bafle emitía Hotel California en esta ocasión. Su melodía lenta y relajante, lejos de transmitirme energía me la quitaba, aumentando mis ganas de pararme y terminar la carrera de una vez. Tuve que sobreponerme también a eso: en esta ocasión, la buena canción de los Eagles no me ayudó.

Los últimos tres kilómetros fueron agónicos. Muchos corredores que yo había adelantado primero me fueron pasando. Uno de ellos me dijo para animarme "venga, vamos a coger a esos que van delante". Le sonreí y le dije que iba fastidiado y que bastante tenía con intentar llegar.

Casi no tenía fuerzas para agradecer los ánimos de los voluntarios y demás buena gente. Tan sólo seguía concentrado en dar bien cada paso y no forzar. Empecé a tener una sensación de estómago revuelto durante el penúltimo kilómetro y me repetía una y otra vez ¡ya está! ¡vamos! ¡no te pares ahora! ¡no queda nada!

El recorrido termina entrando en el polideportivo y dando media vuelta a la pista de atletismo antes de pasar por meta. En condiciones normales hubiera apretado un poco ahí, pero esta vez no podía. Diría que ya me dolían hasta las pestañas. Seguí manteniendo el ritmo hasta que ¡por fin! conseguí traspasar la línea de meta.

Entonces, nos dieron la camiseta conmemorativa, una botella de agua y un Aquarius, que cayó en mi estómago en un santiamén. En esta media no te dan medalla, pero dieron el tradicional caldo que hacen en el mercado para la ocasión, del que me tomé dos vasos que me supieron riquísimos. Estiré bien y me fui caminando despacio hasta casa.

Al final, el tiempo no estuvo mal. Evidentemente, no batí mi récord, pero fue uno de los mejores que he tenido en estas carreras: 2:04:04. Mi récord estaba en 2:02:22 en Fuencarral y mi segunda mejor marca era 2:05:13 en Latina, así que, dadas las circunstancias, era para estar contento. Me deja un poco de sabor agridulce al pensar qué hubiera sucedido si no hubiese tenido ese dolor, que a saber por qué ese día tuvo que aparecer, pero en realidad no tiene importancia. Fue una buena carrera y conseguí terminarla y hacer un buen tiempo, pese a todo. Ya, totalmente recuperado del cansancio y los dolores, me siento muy satisfecho y muy agradecido de haber podido correrla y terminarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario