Hay veces que la escritura no es fácil. Bueno, en realidad nunca es fácil, pero hay momentos en que es aún más difícil y la tentación de abandonar se agiganta.
En este fin de semana se ha hecho especialmente grande. Tenía previsto participar en el Desafío Relato 48 horas que organiza cada año la editorial Ex Libric. El año pasado ya presenté un relato y disfruté mucho con la experiencia de crear una historia con un número de palabras entre 1480 y 2480 que debía incluir una frase a elegir entre tres. Lo hice y me resultó muy estimulante, aunque no ganara ni mi relato fuera uno de los escogidos para ser publicados. Por eso quise repetir.
Este año la experiencia ha sido mucho más dura. Mi temática habitual es el terror y por eso intento concursar con relatos que sintonicen, si no con un terror clásico, al menos con algo que deje una sensación inquietante en el lector. Pues cuando vi las tres frases de este año no me sentí capaz de construir nada con ese fondo. Estuve toda la tarde del viernes pensando sin decantarme claramente por ninguna, aunque pensaba que iba a elegir "48 meses intentando concebir para que se nos muera en menos de dos minutos. ¡¿De qué nos servirá ir atrás y comenzar de nuevo?!". En cualquier caso, mi idea era levantarme temprano el sábado y ponerme a escribir.
Pero hubo un nuevo contratiempo. En la noche del viernes al sábado dormí fatal. Es más, apenas dormí. Tres o cuatro horas como mucho. Me levanté fatal y mi cabeza no estaba muy creativa que digamos, pero desayuné, tomé café y me senté frente al ordenador.
La frase que pensaba que iba a elegir me sugería varias historias, pero todas ellas demasiado largas y complejas para comprimirlas en tan poco espacio, de manera que terminé desechándola.
Pensé seriamente en abandonar. No tenía claridad, no encontraba ningún motivo mínimamente terrorífico para enmarcarlo en ninguna de las tres frases. Mi vocecita negativa y cobarde me decía que lo dejara, que no tenía ninguna obligación de participar en ese concurso, que podía aprovechar el tiempo en hacer otra cosa, y varias tonterías más. Y a punto estuve de hacerle caso.
Pero entonces recordé algo. Hubo gente querida de Facebook a quienes había comunicado que tenía intención de participar y me habían animado a que lo hiciera. ¿Cómo iba a fallarles? ¿Con qué cara iba a decirles "pues al final no envié ningún relato porque había dormido mal y no se me ocurría nada". Aquella visualización me hacía sentirme derrotado de antemano.
Así que, igual que en las carreras de media maratón me digo a veces "te apetece pararte, pero no lo vas a hacer porque tú has venido aquí a correr", el sábado por la mañana me dije algo así como "te has comprometido contigo mismo a presentar un relato a ese concurso y lo vas a hacer, con ganas o sin ellas, con claridad o con sueño. Pero vas a mover los dedos por el teclado sí o sí".
Y me puse. Elegí la frase "Las 48 cartas que mi padre escondió". Me pareció la más asequible de las tres como para escribir algo. Surgió en mi mente una idea a priori demasiado simple, pero empecé con ella y escribí el primer párrafo.
Me paré. Me dije que no me estaba gustando lo que estaba haciendo. Que la historia era una bazofia previsible y que ya había demasiadas como esa. Volvió la vocecita derrotista a decirme que lo dejara ya.
Pero, ¿y si cambiamos algo? Y entonces surgió la magia.
Se me ocurrió la historia a contar. Aquello sí me hacía vibrar. No como con otras, pero al menos no sería algo demasiado malo. ¡Vamos! Así que borré el párrafo que había escrito y volví a empezar. Ahora sí. Ahora fluye mejor la cosa. Pero aún así, costaba disfrutar con ello.
Tiré de esfuerzo. De épica. De estrujarme los sesos. Y al mediodía tenía escrito el borrador del relato.
Comí y me eché una siesta, más tranquilo porque lo más difícil estaba hecho.
Gracias a la siesta, mi mente estaba más clara y activa por la tarde. Me dediqué a pulir el borrador y ahí sí noté que entraba en el famoso estado creativo de flujo. De manera que, tras una segunda revisión, el relato estuvo listo para ser enviado. Copiar y pegar en el formulario y ¡hecho!
Mi alegría y satisfacción fueron enormes. Me había vencido a mí mismo.
Y aprendí que se puede cambiar de decisión, pero no en el momento de ejecutarla. Es decir, podría haber cambiado mi decisión de presentarme al concurso antes del viernes, pero no cuando ya estoy para ejecutar mi propósito. Salvo fuerza mayor, ahí hay que tirar para adelante con lo que sea. Hubiera sido una lástima hacer caso a la vocecita derrotista, cobarde y de las excusas baratas y dejar de participar en esta experiencia que resulta tan enriquecedora para la creación literaria.
Lección aprendida. Ya lo creo que sí.
Enhorabuena por tu decisión. Esté será mi tercer año y hoy casi no lo presento tampoco
ResponderEliminarSí, las frases me parecieron más difíciles que las del año pasado, que fue cuando conocí este reto. La verdad es que me encanta. Gracias por tu comentario.
ResponderEliminar