sábado, 17 de febrero de 2024

El running como modo de vida

No tengo demasiado claro cuándo empecé a salir a correr. Creo que con 14 o 15 años, cuando veraneando en Las Navas del Marqués bajaba desde la urbanización Los Matizales hasta el barrio de La Estación, para después volver, yendo por un camino estrecho entre pinares y volviendo por otro, ancho y pedregoso, al punto de partida. Calculo que serían aproximadamente 4 kilómetros. Esto hacía de vez en cuando, con pocas pretensiones. Tan sólo, hacer un poco de ejercicio y respirar aire puro para sentirme mejor.

Más adelante, ya con 18 años, en el barrio de Santa Eugenia, donde había empezado a vivir, empecé a correr en verano. Mientras lo hacía, las sensaciones de agotamiento no me permitían disfrutar mucho. Más bien, tenía que luchar con pensamientos tales como pero ¿qué estás haciendo? ¿no estarías más a gusto en casa tomando un refresco? ¿quién te manda salir ahora? Pero luego, llegaba a casa, me duchaba y la sensación de bienestar me impulsaba a volver a hacerlo al día siguiente.

Fue cuando llevaba más o menos un mes corriendo cuando empezó a gustarme. Cuando ya era capaz de levantar la cabeza, mirar a mis lados y ver que la vida pasaba mientras yo corría, es decir, cuando podía elevarme por encima de mi esfuerzo. Eso se lo digo mucho a las personas cuando les recomiendo que practiquen el running: que al principio no te gusta, pero que cuando llevas un mes haciéndolo es cuando empiezas a disfrutar.

Llegaron los tiempos de la universidad. Corría por las tardes, después de estudiar. Entonces era joven y corría con lo que fuera. Con cualquier par de zapatillas, con calcetines y camisetas de algodón... ¡Daba igual! Ahora me pregunto, ¿cómo pude sobrevivir a aquello?

Después, llegó un momento álgido en mi vida. Había nacido mi primer hijo, que apenas dormía por las noches, y mi mujer y yo estábamos preparando oposiciones y además yo trabajaba. No tenía tiempo para nada: todo era cuidar al bebé, trabajar y estudiar, y sentía que iba a explotar por dentro como no consiguiera concederme una pizca de tiempo para mí. Fue entonces cuando empecé a salir a correr a las 5 de la mañana, cuando todos dormían. El único momento que nadie me podía quitar. Y, aunque falto de sueño, aquello supuso un soplo de aire fresco. El running me estaba ayudando a vivir.

Por aquel entonces, me regalaron mis primeras zapatillas específicas de running. En verdad, supusieron un antes y un después. Las sensaciones fueron muchísimo más agradables y el disfrute del deporte se consolidó.

Poco después, en el trabajo me hablaron de las carreras populares, algo que hasta ese momento, lo había encontrado absurdo. ¿Pagar por correr? ¿Para qué? Yo me pongo las zapatillas y salgo, y ya está. Además, corro por donde quiero, no por donde me dicen, solía pensar. Pero, sin que yo fuera consciente, la idea empezó a germinar en mí... hasta que quise probarlo.

Me apunté a la carrera popular de San Lorenzo, en Madrid, de 10 kilómetros. Estuve corriendo en Guadarrama para ponerme en forma y ser capaz de aguantarla, pero me salieron unas grietas en los pies que hicieron que me la perdiese. ¡Empezamos bien!, me dije. Pero fue precisamente la carrera Pedestre de Guadarrama, de 8 kilómetros, la primera que corrí, junto al compañero de trabajo que me hablaba de las carreras. Allá fuimos los dos, él me aconsejó sobre calentamiento, la corrimos y, corriendo a su lado, conseguí aguantarla. ¡Me sentí muy grande! El mundo de las carreras populares había comenzado para mí.

Enseguida vinieron varias de 10 kilómetros. Ya había una exigencia con mis propios entrenamientos, si quería terminarlas dignamente. Así, de lunes a viernes salía a las 5 de la mañana a correr, y luego el sábado o el domingo hacía un poco más de distancia. Era suficiente para eso. En las carreras me solía mover alrededor de los 55 minutos de tiempo, y así pasó una temporada hasta junio. Pero un nuevo gusanillo empezó a morderme: la media maratón me llamaba.

Empecé a buscar información en internet. Consulté con el padre de una compañera de colegio de mi hijo, que también corría, y me dio un muy buen consejo: para correr una media maratón, debes correr, al menos, 8 carreras de 10 kilómetros. Además, debes aprender a alimentarte en carrera.

Me quedé con aquellas ideas y me planifiqué la siguiente temporada para correr justamente 8 carreras de 10k, a las que añadí una de 15k, la de Tres Cantos, que me sirvió mucho y disfruté un montón. Para, finalmente, terminar con la Media Maratón de Aranjuez, una media muy bonita y bastante recomendable para debutar, ya que es bastante llana.

Así lo hice. Estiré un poco los recorridos de las 5 de la mañana para hacer algo más de distancia, y en el mes previo a la media alargué considerablemente el recorrido que hacía los sábados o domingos, donde, además, debía empezar a probar el gel deportivo que iba a utilizar el día de la prueba.

Llegó el día. Lo recordaré siempre por lo que voy a contar a continuación.

Hasta el kilómetro 15 me sentí espléndido. Tanto que pensé estoy genial y ya sólo quedan 6 kilómetros, ¡vamos! E incrementé el ritmo. ¡Craso error! Si en el 15 estaba genial, en el 18 estaba desfondado. Sentí una sensación de vacío físico, de abandono de las propias fuerzas, que pensé que no iba a llegar. Bajé el ritmo hasta que prácticamente me adelantaban los caracoles... pero no paré... y finalmente ¡llegué! La hice en 2:13 (no recuerdo los segundos). Y, sí amigos, había conocido el famoso muro.

La temporada había sido un éxito. Había conseguido lo que me había propuesto y además el entrenamiento para lograrlo me había mantenido en un estado muy saludable: de hecho, me había quitado de encima 10 kilos de sobrepeso que tenía.

Ahora bien, entre mis errores de principiante estuvo el de sólo correr, es decir, no acompañar al entrenamiento de carrera con ejercicios de fuerza. Conclusión, me quedé delgado, pero sin músculo. Recuerdo que, jugando un partido de fútbol con mis hijos y otros niños, uno de ellos chutó un balón con cierta potencia, fui a pararlo con mi pie derecho... y me lo dobló. No tenía fuerza en las piernas. Sirva como ilustración para los principiantes de la importancia de incorporar ejercicios de fuerza a los entrenamientos.

Luego vino la lesión. Una mañana tropecé con una raíz y del tirón que dio en mi pierna sufrí una importante rotura de fibras en el bíceps femoral. Creo que aquello vino propiciado precisamente por la falta de fuerza en mis piernas y la acumulación de kilómetros. Tuvieron que pasar varios meses y muchas sesiones de fisioterapia con dolorosos masajes y punción seca, entre otras pequeñas torturas (si mi buena fisio lee estas páginas, lo recordará), todo ello para lograr volver a correr. Y, además, para volver poco a poco y desde cero, como si no hubiera corrido nunca: andar a buen paso 5 minutos, correr 1 minutos, y volver a andar 5 minutos... ¡Qué rollazo! Me parecía que no iba a volver a correr nunca más.

Pero volví. Hay que decir que al principio experimenté unas molestias extrañas, en las rodillas y en la cadera derecha, cuando pasaba de 7 kilómetros. Y como yo ya no era ningún jovencito, y no quería volver a lesionarme, cuando llegó el momento de cambiar de zapatillas, fui a una tienda especializada en la que ellos mismos te hacen estudio de la pisada, porque yo hasta entonces no sabía si era pronador, supinador o neutro, y era posible que las molestias vinieran por ahí.

Fue una inversión de unos 150 euros, pero creo que ha sido de las mejores decisiones que he tomado sobre el deporte. Gracias a acudir a Deportes Evolution me enteré de todo lo que había estado haciendo mal hasta entonces. En primer lugar, corría con unas zapatillas dos números por debajo de las que debía usar. Además, corría con calcetines de algodón, lo cual hace que los pies se cuezan y les salgan durezas. Y lo que es más importante, que era hiperpronador. No es que pronara un poco, no. Es que, ¡y lo vi en la cámara que me grababa! la pisada de mi pie izquierdo parecía que iba a romper el tendón de Aquiles.

Me quedé asombrado. Sin embargo, le dije al profesional que, si era mi pierna izquierda la que hiperpronaba, ¿por qué mis mayores molestias eran en la cadera derecha? Y me respondió, con lógica aplastante, que, precisamente, es para equilibrar esa pronación.

En conclusión, salí de la tienda con mis primeras zapatillas de running de gama alta, unas Adidas Solar Boost ST (creo que eran), ¡y de mi número adecuado! y tres pares de calcetines de running Mizuno. Es importante destacar que desaparecieron mis molestias en el tendón de Aquiles y en la cadera derecha.

Tras aquella inversión inicial, ya no necesito gastar tanto en zapatillas porque ya sé exactamente el tipo que necesito comprar. Los otros dos pares que he gastado los compré directamente por internet, de entre los modelos de la temporada anterior: unas Asics Kayano Gel y mis actuales Nike Air Zoom Estructure. Lo que quiero transmitir es que, para un corredor, lo más importante que tiene que cuidar es el calzado. Especialmente cuando corres a partir de una determinada edad. Y no es una cuestión de marcas, sino de elegir la zapatilla que necesitas para el tipo de corredor que eres según la pisada, la superficie, el peso, la distancia... Son variables que hay que conocer para elegir bien.

En esta temporada, he querido centrarme en las medias maratones, porque es la carrera que más disfruto. Es la más larga y es la que no estoy seguro de que voy a terminarla, lo que me da una sensación de incertidumbre que me encanta. Además, es la que más me exige en el entrenamiento, lo que me obliga a estar en un estado de forma óptimo, con todos los beneficios para la salud, física y mental, que ello supone. Mi rutina de entrenamiento actual es: lunes y miércoles corro 5 km, jueves corro 2,5 km, martes y viernes hago ejercicios de fuerza en la terraza de mi casa (sentadillas con peso, press militar y curl de bíceps), el sábado hago carrera larga (10, 12, 15 o 18 km) y el domingo descanso (a veces intercambio el sábado por el domingo). Importante: no me salto el calentamiento antes de correr ni el estiramiento cuando termino.

Para terminar, con todo esto sólo quiero destacar que el running ya no es un entretenimiento más, sino que se ha convertido en un modo de vida, en un aspecto importante que me nutre, física y mentalmente, para hacer de mí una persona mejor, más saludable y más equilibrada. Creo que no se puede expresar con palabras lo que este deporte te puede aportar: hay que experimentarlo.

Mi desafío final este año será la Media Maratón de El Escorial, la más dura de la Comunidad de Madrid. Nunca la he corrido ¿Seré capaz de terminarla?


2 comentarios:

  1. Yo empecé a correr con el nacimiento de mi segunda hija , al igual que para ti, encontré en el running el momento para mi .

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    1. Jajaja... Parece que los padres nos identificamos con ese momento... y luego ya no dejamos de correr.

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