domingo, 9 de octubre de 2016

Recórtame otra vez (Parte Tercera y Final)

"Permanecí demasiado dentro de mi mente
y terminé perdiendo la razón"
Edgar Allan Poe

Fermín es el primero en salir de su propio despacho. Lo hace dando grandes zancadas silenciosas, con las manos en los bolsillos del pantalón y el semblante resuelto y tranquilo a la vez. Es uno de esos días en los que se siente un hombre completamente satisfecho: ha humillado a una funcionaria, sindicalista para más inri, ha anunciado un plan de recortes sobre el sector público y sus empleados, y le han ofrecido el contrato de sus sueños acumulados durante sus últimos diez años de vida. ¿Qué más podía pedir? Necesitaba salir de allí y dar un largo paseo para oxigenar su euforia contenida. "Bendita sea la política y la madre que la parió", gritaba con toda su mente.

Los demás tardaban en salir. Se estaba formando tal griterío que no había manera de entenderse y sólo Pablo permanecía serio y callado.

-¡Eh, Pablo! ¿Ni esta vez vas a venir a protestar a la puerta del edificio? -le espetó Rosi.
-Pues no, Rosi. No voy a ir.
-¡Desde luego! ¿Pero qué mas necesitas que nos hagan para que muevas un dedo? -le decía Rosi, totalmente fuera de sí-. ¿Eh? ¿Qué más necesitas?
Pablo no le contestó. Se fue, parsimonioso, en dirección al servicio de caballeros.
Hacia las seis y media de la tarde casi todos los empleados públicos habían abandonado el centro de trabajo. Sólo quedaban algunos cargos políticos, entre ellos Fermín, y sus secretarios. Es viernes por la tarde y, aunque comienza el fin de semana, es mejor no tener prisa por adelantar el disfrute.
-Bueno, tío. Te dejo -le decía entre risas Fermín a Manuel Francisco Tovar, asesor de imagen del presidente Marciano Frascoy-. A partir del próximo lunes empiezo a mover mi cese, preparo mi despedida con cáterin y todo... ¡y a cobrar a lo grande en On Connecting! ¡No va a haber crucero ni putita de lujo que se me resista!
-¡Ja, ja, ja...! -Reía Manuel Francisco Tovar bamboleando su gran barriga y enrojeciendo su cara regordeta-. ¡Pero qué grande eres, coño! ¡Qué bien te lo has sabido montar!
-¡Y compatible con la jubilación, en cuanto cumpla los sesenta!
-¡Ja, ja, ja...!
-Sí, sí. Como lo oyes. Ya lo tengo todo hilado.
-Bueno, Fermín. Pues que pases un buen finde. ¿Quieres llevarte a mi secretaria otra vez a tu chalecito de la Sierra? -le dijo guiñándole un ojo-. Ya sabes que es de máxima confianza.
-¡Je, je..! Ganas me dan, Paco. Pero ya sabes que no me gusta repetir. Tengo otra gachí de allí mismo ya preparada, que me llega esta noche a las diez, y no estoy ya como para montármelo con dos.
-¡Estás en todo, golfo!
-¡No mucho más golfo que tú!
-¡Jaaaaaa, ja, ja, ja! -Francisco José Tovar lloraba de risa-. Buen finde.
-Igual para ti.
Ya ha oscurecido. Fermín baja en el ascensor hasta el garaje con las llaves de su BMW último modelo tintineando en su mano derecha. Silba La Primavera, de Las Cuatro Estaciones. Se siente exultante, y piensa "no, si a lo mejor tenía que haberme llevado a la secretaria de Paco, que estoy que me salgo, con energía para follarme a dos... o a tres". Llega hasta su plaza. Hace clic en su llave de contacto y, tras los destelleos habituales de los intermitentes, entra en el automóvil. Se recrea con el sonido del motor y arranca. Una vez en la calle emprende el camino destino a su chalé, sin advertir que en la calle hay una silueta de motorista, con moto y casco incluidos, que arranca detrás de él en cuanto el coche sale del garaje.
El viaje transcurre con normalidad por la Nacional VI, con tráfico abundante pero fluido. Al llegar al desvío con dirección Galapagar-La Navata, el BMW y la moto reducen la velocidad para tomar la salida.
-¡Anda! Ese motorista y yo llevamos el mismo camino -piensa Fermín sin conceder importancia al asunto-.
Llegan a una zona de chalés bastante separados unos de otros. El motorista se rezaga un poco. A continuación, el BMW hace un giro y alumbra con los faros la puerta de una verja grande, que se abre cuando Fermín pulsa el botón adecuado del mando a distancia. El automóvil entra suavemente y la puerta de la verja comienza a cerrarse. El motorista ha contemplado la escena desde una prudente distancia y decide aparcar la moto y ocultarla entre los pinos a los ojos de los curiosos.
Dentro del recinto se erige una vivienda elegante, incluso pomposa, cuyas ventanas de la parte inferior empiezan a iluminarse en la oscuridad. El motorista decide acercarse despacio y pulsar el timbre.
-¿Quién es? -contesta una voz con un ligero deje de fastidio.
-Disculpe. Me he extraviado con la moto y he llegado hasta aquí. ¿Podría ayudarme? -dice el motorista sin tan siquiera quitarse el casco.
-¿Cómo? No le entiendo.
-¡Perdone! ¡Me he perdido con la moto! ¡¿Puede ayudarme?!
-¡Joder! Y has tenido que llamar justamente aquí, ¿no?
El motorista no dice nada.
-Espera un poco. Ahora salgo -dice Fermín, con desgana.
Cuando sale del chalé, Fermín ve, entre la oscuridad, la silueta de un motorista al otro lado de la verja, con el casco puesto y las manos a la espalda. "Ni siquiera se quita el casco, el imbécil", piensa. Pero lo que dice es un "ya voy" fastidiado, mientras se encamina hacia la puerta de la verja, dejando entreabierta la de la vivienda.
-Mira. Tira por ese mismo camino y al final giras a la derecha...
-Perdone. Es que tengo la moto ahí atrás y no conozco esto. ¿Puede salir un momento y acompañarme?
De mala gana, Fermín aprieta un botón y, tras un chasquido, la verja empieza a abrirse.
-A ver, ¿dónde has dejado la moto?
-Justamente aquí detrás. Mire -le dice el motorista estirando el brazo izquierdo. Fermín empieza a salir del recinto, pero en ese momento, el motorista se mueve rápido. Con su mano derecha, oculta a la vista de Fermín, estaba agarrando una llave inglesa de grandes dimensiones, con la que, en un instante, sin dar tiempo a la reacción, le golpea fuertemente en la cabeza, dejándolo sin sentido.
Rápidamente, el motorista tira del cuerpo inerte hacia dentro de la parcela y, tras cerrar la verja, lo arrastra por el jardín hasta el interior de la vivienda.
Ya, a puerta cerrada, el motorista, que aún no se ha quitado el casco, contempla un espacioso salón típico de casa de campo, con una pared repleta de trofeos variados de caza por encima de una smart TV de 65 pulgadas, una chimenea majestuosa con una fina puerta de cristal, unos sofás de color hueso con unos cojines granates bordados con diversos motivos, unas mesitas con pequeñas lámparas sobre ellas, al fondo una mesa con varias botellas de licor, y en el techo una gran lámpara de hierro con distintas bombillas, imitando cierto estilo medieval.
-Bonita choza tienes -piensa, mientras dirige su mirada al cuerpo inerte apoyado contra un sofá-. Cabrón.
Entonces saca una cuerda gruesa y resistente de un bolsillo de su cazadora y, con gran maestría, empieza a atar las muñecas de Fermín por detrás de la espalda.
El motorista sale del salón en busca de la cocina, y la encuentra rápidamente. Tras dar la luz puede apreciar que la cocina tampoco es pequeña. Tiene una mesa espaciosa, una gran nevera, microondas, lavavajillas... Pero en esos momentos no está para recrearse: se dirige hacia el fregadero, abre uno de los armarios de encima de éste, y de ahí saca un cazo metálico. Abre el grifo y lo llena de agua. Vuelve al salón.
Arroja toda el agua del cazo sobre la cara de Fermín, empapándole y haciéndole volver en sí con temblores violentos.
-¡Ah! Qué... qué pasa...
-¡Hombre! La bella durmiente ya se despierta -dice con sorna una voz que emerge por dentro del casco negro que aún permanece sobre los hombros de una figura enfundada en cuero que a Fermín le resulta familiar.
-¿Cómo? ¿Qué es esto? -Breve pausa-. Ah, ya recuerdo. Tú eres el... el que se había perdido con la moto. ¡Dios! ¡Qué dolor de cabeza!
No pudo ni adivinar por dónde le vino el tortazo que le cruzó la cara.
-¡Pero qué haces! ¡Qué coño quieres, joder!
Otro tortazo. Esta vez sí vio que le vino por su lado izquierdo.
-Baja esos humos, escoria. No estás ahora en condiciones de levantar la voz.
Intentó levantarse, pero un puñetazo a la mandíbula le hizo caer de nuevo.
-Ni se te ocurra levantarte, que te reviento.
Efectivamente, Fermín comprendió que era incapaz de escapar de allí. Ahí estaba él, atado de manos, frente a un tipo a quien seguía sin ver la cara, y que no sabía por qué, le estaba sacudiendo de lo lindo.
-Está bien -dijo ahora, más manso-. Al menos, dime qué quieres, y por qué me tienes atado.
-Sólo quiero disfrutar un poco. Muchas ganas tenía yo de tenerte así.
Entonces se quitó el casco. Y Fermín pudo ver quién era.
-¡¡¡Pablo!!!
-Sí. Pablo. El que nunca rechistaba. El que nunca protestaba. El que se limitaba a trabajar porque todo lo demás le daba igual.
-Pero... Pero, ¿estás loco? -Fermín empezó a enrojecer de ira-. ¡Tú te estás buscando la ruina, chaval! ¡Te vas a arrepentir toda tu puta vida por esto! 
¡Ding, dong! ¡ding dong!
-¡Hombre, Fermín! No me digas que vamos a tener visita. Con lo bien que estábamos intimando tú y yo...
Pablo se asomó por la ventana y, a pesar de la oscuridad de la noche, pues ya eran las aproximadamente las diez y no había ninguna luz cerca en aquella zona de chalés diseminados, una silueta de mujer alta, con pelo largo, chaqueta corta de cuero, bolso pequeño, minifalda y tacones altos al otro lado de la verja.
-Me da que ésa no viene precisamente a rezar el Rosario -le dijo Pablo, con una sonrisa de complicidad, a Fermín-. ¿Me equivoco?
El otro, avergonzado, callaba.
Tranquilamente, Pablo se dirigió hacia el mando del portero automático y abrió sin preguntar.
-¿Qué haces? ¡Maldita sea! ¡Dile que se vaya!
-¿Por qué? Querías pasarlo bien, ¿no? ¡Pues vamos a divertirnos todos un poco!
Suena el timbre. Esta vez el de la casa. El funcionario acude y abre la puerta suavemente. Al otro lado, una mujer joven y alta, de pelo largo y teñido cobrizo, bella, con ojos grandes y pardos, aunque extremadamente duros, con bolso y chaqueta corta ambos de cuero rojo abierta por delante, dejando ver una mínima camiseta negra muy escotada, prometiendo un par de opulentos pechos, con minifalda también de cuero, como la chaqueta, pero negro, por la que se prolongan hasta los brillantes zapatos también negros de tacón dos interminables piernas enfundadas en medias caladas de encaje. En cuanto vio al hombre que le abría la puerta, su expresión reflejó sorpresa.
-Buenas noches. Perdón... creo que me he equivocado.
-No te has equivocado, encanto. Pasa, por favor, tu cliente está ahí.
Y señalándolo con un ademán, ella dirigió sus ojos hacia el interior del salón. Al momento, se llevó las dos manos a la boca, a la vez que abrió mucho los ojos. Aquel hombre, tan engreído en ocasiones anteriores, ahora estaba tirado en el suelo, con las manos atadas a la espalda, un moratón en la frente a la altura del nacimiento del pelo y una mirada entre avergonzada y aterrorizada. Era evidente que aquello no era un juego sexual ni nada parecido, pues no se adivinaba la excitación por ninguna parte.
-Tranquila. No te va a pasar nada -le decía Pablo-. Aquí, el amigo Fermín es un corrupto de mucho cuidado, ¿sabes? La pasta que iba a pagarte es dinero público. El mismo que no se gasta Frascoy en los pobres. Y... -empezó a decir mientras la miraba con detenimiento- apostaría por que tus... servicios no son lo que se dice... baratos.
-Bueno, bueno. No pasa nada. Yo ya me voy -decía ella, azorada, caminando lo más rápido que le permitían sus tacones hacia la puerta.
-No -Pablo la retuvo con suavidad-. No te vas a ir sin cobrar. Eso sería bastante feo por nuestra parte, ¿no crees?
Ella le miraba con sus grandes ojos muy atentos.
-Pero, no. Tampoco te vamos a pedir... que trabajes. ¡Vamos, Fermín! ¿Dónde tienes el dinero con el que ibas a pagar a la señorita?
-En el cajón de mi mesilla de noche -dijo, señalando con el mentón hacia una puerta que comunica con un pasillo.
-¡Ja, ja! ¡Mira qué poco le cuesta aflojar la mosca, al tío! ¡Cómo se nota que el dinero no es suyo! Hey, amiga. Ve a por él. Seguro que no tienes dudas de por dónde se va a la habitación de este pájaro.
Efectivamente, la prostituta se fue sin decir nada y volvió pronto al salón con un fajo de billetes de cincuenta euros en la mano.
-Guárdatelo y puedes irte. No. Espera -dijo Pablo con una sonrisa que a Fermín le heló la sangre en las venas.
-Este miserable, ¿te trató con un respeto mínimo, al menos? ¿o se portó como un cerdo contigo?
El rostro de la chica se ensombreció. Le venían recuerdos dolorosos, humillantes. De esos que le amargan a uno la existencia. Tanto que ni siquiera se atrevió a responder.
-Ya imagino. Pues no te vayas todavía. Puedes hacer lo que quieras con él. Está bien atado, te lo aseguro, y no vas a volver a verle más.
Ella dejó el bolso en el sofá. Se agachó y acercó su cara a la de Fermín, clavando su mirada en sus pupilas. Y entonces empezó a abofetearle. Una, dos, tres, cuatro, cinco... Bofetadas secas. Sonoras. Con la rabia acumulada de muchas noches de frustración y de oprobio. Con las palmas enrojecidas, empezó a arañarle la cara con sus uñas pintadas de rojo con tal saña que hasta se rompió algunas de ellas. Después, tras un último bofetón, agarró con firmeza su bolso y se fue.
-Eh, Fermín, ¡cómo sangras, macho! Te ha dejado hecho un ecce homo esta gatita, ¿eh? ¡Vamos! ¡Deja de lloriquear, que pareces una nenaza! Mira, tío, me das mucho asco, pero he de reconocerte una cosa: tienes buen gusto con las mujeres.
Pero el director no estaba para chanzas. Entre el chichón, las tortas, los arañazos y el miedo no podía ni articular palabra. Sólo gemía entrecortadamente.
-Sí. Estaba bien buena, la pelirroja -Pablo seguía hablando con una tranquilidad pasmosa, mientras sacaba un pañuelo de tela grande azul oscuro del bolsillo-. Pero... no eres lo que se dice un caballero, la verdad sea dicha -Pablo agarró el pañuelo por dos picos opuestos y estiró con fuerza-. Y, claro, luego ellas... ¡se enfadan! ¡Mucho!
Sacó entonces una pelota de tenis de un bolsillo de la cazadora y, con rapìdez y presteza, se la metió al otro en la boca sin darle tiempo casi a protestar, mas que con un tímido ¡mmm! ¡mmm..! A continuación, le amordazó fuertemente con el pañuelo.
-Ha llegado la hora de dejar aquí un bonito cadáver.
-¡Mmm! ¡mmm..!
Pablo sacó entonces una navaja hoja de puñal Haller del bolsillo derecho de su pantalón.
-El bonito cadáver de un político de mierda que se ha pegado la gran vida a costa de sangre, sudor y lágrimas del pueblo. Incluso de los votantes de su partido.
-¡Mmm! ¡mmm! ¡mmm..!
-De esta no te salva ni Marciano Frascoy, ni el P.E.P.E., ni la On Connnecting, ni su puta madre -y le colocó la hoja afilada destelleante de la Haller delante de sus ojos desorbitados-. ¡Y esto no lo va a olvidar ni Dios en este país!
-¡¡¡Mmmmmmmmmmm..!!!
De un certero tajo lo degolló. La sangre emanó a borbotones salpicando las manos y el pecho del homicida que dejó aquel cuerpo convulsionando y desangrándose sin prestarle ya más atención. Salió de la casa a toda la velocidad que le permitían sus piernas en busca de su motocicleta. En cuanto llegó a ella, se subió y emprendió la marcha a toda velocidad por aquellos caminos, sin encender la luz, en busca de la carretera general.
-Me van a meter en el trullo. Seguro. ¡Me van a enchironar! -decía su mente mientras conducía.
-¡No! ¡No me cogerán vivo!
Paró un momento la motocicleta. Eran cerca de la una de la madrugada, momento de poco tráfico en las carreteras. En un instante de lucidez comprendió que su detención iba a hacer de Fermín un héroe, de él un asesino antisistema, y de los empleados públicos, un colectivo de indeseables al que hay que atar aún más en corto.
-Puestos a elegir un mártir...
Y sin pensarlo dos veces, emprendió la marcha, ahora ya con luz, en dirección hacia el cambio de sentido a nivel que pasa por encima de la autopista A-6, acelerando sin cesar, pasando rápidamente a 100 kilómetros por hora, a 125, a 150, a 200, a 220...
Justo al cruzar por el paso a nivel, sin reducir la velocidad vio que era el momento propicio, y con gran maestría, levantó la rueda delantera haciendo un caballito que le permitió salvar la valla que separa la calzada del vacío, dando así Pablo un último salto con el que él mismo se despedía de una vida con la que nunca se había identificado demasiado.


2 comentarios:

  1. Final sorprendente.
    Desde la mitad del relato o incluso antes, dejé de pensar que te estaba leyendo. Siempre aparecen expresiones o pensamientos tuyos. Pero en este caso te perdí o más bien te he visto ampliado en tus descripciones y esa violencia tan inesperada y tan bien traída.
    Como siempre, deseando leer el siguiente.

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    1. Muchas gracias, Valdemar. Me ha encantado que "dejaras de pensar que me estabas leyendo" porque una de las cosas que me propongo al escribir ficción es, precisamente, "ser otro", aunque "con retales de mí".

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