sábado, 18 de junio de 2016

El viaje a lo profundo

"Hay dos maneras de vivir tu vida:
una como si nada fuese un milagro,
la otra es como si todo fuese un milagro"
Albert Einstein

¿Cómo vivimos? ¿Por qué vivimos como vivimos? ¿Qué sentido tiene nuestra vida? ¿Podríamos conformarnos con una mera subsistencia? Es verdad que para muchas de las personas de este planeta sólo eso ya sería mucho, porque ni siquiera disponen de lo mínimo para cubrir sus necesidades más elementales.

Pero cuando disponemos de esta cobertura, ¿podemos conformarnos con ella? Si fuese así, no nos distinguiríamos mucho de otros seres naturales: nacer-crecer-reproducirse-morir. Eso es propio hasta de las bacterias. De modo que si realmente somos seres humanos, debemos profundizar más.

Seguro que al momento se nos aparecen nuestros seres más allegados: nuestras familias. De las que provenimos y las que nosotros mismos hemos construido. En este punto muchos sostendrán que el sentido de nuestra vida es cuidar de nosotros mismos y de nuestras familias. Bien, es un paso más, es cierto, pero no es suficiente.

De modo que continuamos abriendo el abanico. Entonces nos damos cuenta de que tenemos amigos, compañeros de trabajo, vecinos... Personas con las que nos relacionamos habitualmente. Por tanto, parece también claro que cuidar nuestro entorno social, además del familiar, otorga sentido a nuestras vidas. Pero creo poder afirmar que cuando llegamos a este nivel, si escarbamos un poco en nuestro interior nos damos cuenta de que algo nos falta.

Puede que entonces nos abramos a los grandes valores sociales, y nos demos cuenta de que en nuestra comunidad de vecinos, en nuestro barrio, en nuestra ciudad o en nuestro país hay gente pasando necesidad, y su incómoda presencia interpela a nuestra conciencia. Puede que no la escuchemos, o puede que demos limosna, que nos hagamos socios de una ONG o acudamos a una manifestación. Y que aquello otorgue más sentido a nuestra vida. Si hemos dado este paso, hemos profundizado todavía más en lo que significa ser un ser humano plenamente. Pero esta etapa aún no es el final del viaje. Y voy a tratar de argumentar por qué.

Imaginemos a una persona solidaria con esposa e hijos que además cuida sus relaciones personales con amigos, vecinos y compañeros. Sería lo que todos llamamos "una buena persona", ¿verdad? Es más, creo que a muchos, y a mí el primero, nos gustaría ser esa misma persona. Pero ahora imaginemos que todo eso lo ha ido consiguiendo de manera irreflexiva: se casó y tuvo hijos porque fue educado para ello, aporta dinero a unas ONG y asiste a alguna manifestación porque su conciencia se lo dicta, y se relaciona bien con los demás porque así es como él se siente bien, pero nunca se ha planteado el sentido último que pueda tener todo aquello. Si esta persona es, por ejemplo, "de izquierdas", ¿qué necesidad va a tener de abrirse a un diálogo, a una relación, o a un encuentro profundo de cualquier tipo con alguien conservador?; si, por el contrario es "de derechas", ¿tendrá algún interés en ese encuentro con alguien de ideas progresistas? ¿Para qué, si en ambos casos ya están satisfechos con el mundo que han consolidado? En esta España nuestra tan polarizada no faltan ejemplos de personas íntegras en uno y otro sentido que no quieren saber nada de los que piensan diferente a ellos: desde católicos conservadores que aportan dinero a Cáritas y acuden a manifestaciones por la familia, que luego rechazan el contacto con musulmanes o gays, hasta izquierdistas que acogen a inmigrantes y dan termos de café a los sin techo, que son incapaces de participar en la ceremonia religiosa de una boda. Y en esas andamos, criticándonos los unos a los otros. Yo creo que si pasa esto, es porque no hemos profundizado lo suficiente.

Cuando estudiaba Filosofía, hubo un pensador del que aprendí algo que después jamás olvidé. Se trata de G.W.F. Hegel, y de él tomé la idea de que la conciencia cuando verdaderamente aprendía era cuando se confrontaba con lo opuesto a ella, dando lugar a las famosas afirmación, negación y negación de la negación (o tesis-antítesis-síntesis). Esa conciencia de la que hablaba el filósofo alemán podía representar una conciencia individual, una conciencia de pueblo, una conciencia de humanidad... o hasta Dios mismo, dada su visión panteísta de la realidad. Aquella forma de ver la vida, individual o colectiva, respondía a muchas de mis inquietudes: me di cuenta de que podemos formarnos mucho, pero hasta que no salimos al mundo y nos enfrentamos a lo que no es como nosotros imaginábamos, realmente no aprendemos, no nos desarrollamos. No crecemos como verdaderos seres humanos.

¿Tienes conciencia social? Entonces, ¿qué interés puedes, en principio, albergar por las ideas u opiniones de alguien bien instalado en este mundo injusto, interesado a su vez en que ese estado de cosas se mantenga así? Pues aquí también nos encontramos con un escollo a superar y, por tanto, para superarnos.

¿Qué puede ser lo que al pensador Voltaire le llevó a decir "Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero me pelearía para que usted pudiera decirlo". Dejando a un lado la llamada a la pelea de este gran pensador, bajo esta idea subyace algo muy hermoso: los seres humanos somos individuos, muy diferentes, además, pero en esa amalgama diversa somos capaces de construir juntos algo que merece la pena, si consideramos al otro como queremos que nos consideren a nosotros mismos, respetando la libertad. Y si esto es así, es porque dentro de cada ser humano hay algo muy valioso. Tanto que el filántropo Vicente Ferrer llegó a escribir: "¿Qué necesidad tengo de buscar la verdad, si cualquier acción en favor de los demás contiene todas las filosofías, todas las religiones y a Dios?"

Y, efectivamente, las almas grandes que pasan por el mundo haciendo el bien sin mirar a quién, ratificarían este pensamiento. Ésos, misioneros o voluntarios, religiosos o laicos, que han ayudado a mucha gente, y sin duda han puesto su granito de arena en que este mundo sea un poco mejor, suelen referir que "reciben mucho más de lo que dan". Y a mi parecer, lo bueno de eso es que no es falsa modestia, sino verdad, es decir, que efectivamente reciben mucho: un gran sentido en su propia vida.

Creo, sinceramente, que, sin necesidad de ser misioneros, cada vez que afrontamos nuestra vida como una oportunidad de encuentro con los demás, cada vez que hacemos pequeños o grandes gestos en favor de la humanidad, cada vez que intentamos entendernos de verdad con alguien... estamos creciendo como personas. Crecimiento espiritual lo llaman muchos, y yo creo que tienen razón.

Voy a desnudarme un poco más, sin ánimo de escandalizar ni de ofender a nadie. Si las cosas son, más o menos, como las he expuesto hasta aquí, al menos yo concluyo con que el ser humano posee una dimensión espiritual que no debe desatender, si no quiere de algún modo traicionarse a sí mismo. Un espíritu, un alma, una conciencia, como se le quiera llamar, que es, además, un sustrato ético que le compromete frente a los demás, frente al mundo (y universo) y frente a sí mismo. ¿Y por qué esto es así? ¿Cuál es la fuente, en último término, de esa dimensión ética y espiritual?

Por esa fuente (o Fuente) nos hemos preguntado a lo largo de toda la historia de la humanidad. ¿Existe, como decían los filósofos medievales, un Dios, causa y origen de todo, y a la vez finalidad de todo? El escolástico Tomás de Aquíno pasó a la posteridad por las cinco vías de demostración de la existencia de Dios. Sin embargo, junto con otros notables intentos, siete siglos después seguimos interrogándonos por ello.

Pero, sea como fuere, la creencia en Dios (o en la Fuente) parece que integra todo ese problema del sentido de la vida y la ética. Y a Dios (o a la Fuente) los humanos nos acercamos (o lo pretendemos) por vía de las religiones. Por tanto, con Dios, la religión y la ética queda totalmente integrado el puzzle del sentido de la vida, ¿no? Pues creamos a pies juntillas en la religión que nos han enseñado, ganémonos el Cielo (o el Paraíso) prometido, y no nos calentemos más la cabeza. ¡Hale! Punto y final.

Pues no. Las religiones, todas ellas, son constructos humanos con sus virtudes y sus defectos. Integran al hombre y lo elevan, sí. Pero, precisamente por elevarlo e integrarlo tanto, si se viven de forma fundamentalista, lo ciegan (y no lo digo pensando únicamente en los yihadistas). Por ello, desde aquí, reconociendo su enorme valor, también quiero llamar la atención sobre el hecho de que por sí solas ellas tampoco tienen la última palabra. Desde nuestra cultura debemos recordar (especialmente los creyentes, entre los que me incluyo) las palabras de Jesús de Nazaret, "no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre". Es decir, la religión es (o puede ser) benéfica cuando te aporta sentido y fuerza para vivir, y es nociva (o puede serlo) cuando, precisamente por sus exigencias e imposiciones humanas, no te deja vivir. Es así. Tiene esas dos caras, y creo que hay que saberlo, pues muy frecuentemente los creyentes ven sólo la cara "amable" y los no creyentes sólo ven "la represora". Necesitamos, por tanto, ser libres, por encima de nuestra creencia o no creencia, para mantener nuestra conciencia abierta al aprendizaje y al cambio positivo.

Por todo ello, hay que superar también esas barreras de creencias o religiones que todavía hoy imperan en nuestro mundo. Sí, todos conocemos el artículo 14 de la Constitución española. Pero, ¿nos lo creemos de verdad? Sobran ejemplos de personas que rechazan el contacto con quien piensa de forma diferente a ellos, e incluso de quienes inculcan esta misma forma de actuar en sus hijos. Y a lo largo de la historia de la humanidad, muy a menudo los mejores frutos han surgido de la cooperación entre personas con ideas o credos distintos.

¡Ahí radica lo que he llamado "lo profundo"! En esa indefinible humanidad que "desde dentro" de nosotros mismos nos interpela ante los demás, nos impele a dar respuestas éticas, nos hace crecer como verdaderos seres humanos, nos lleva a preguntarnos sobre el sentido de nuestra vida y a dar respuestas creativas sobre ello, en suma, nos eleva por encima de nuestra materialidad, nos dignifica. Aquello que nos permite contemplar la naturaleza, el mundo (o el universo) con profunda admiración, con profundo amor en último término. ¿Alguien, desprovisto de cualquier interés económico, es capaz de contemplar una imagen de nuestro hermoso planeta azul y no sentir deseos de cuidarlo y protegerlo? Immanuel Kant expresaba este sentimiento de la siguiente manera: "Dos cosas colman el ánimo con una admiración y una veneración siempre renovadas y crecientes, cuanto más frecuente y continuadamente reflexionamos sobre ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí". Esto es "lo profundo".

Conectémonos, pues, con "lo profundo". Ahí llegamos primero en meditación, en soledad, en recogimiento, dándonos cuenta de lo que en esencia somos. Y después, encontrémonos con "lo profundo" en los demás, por encima de las diferencias, para tratar de construir juntos algo que merezca la pena. Porque si el gran Hegel tenía razón, con nuestras dificultades, con los inevitables "choques de conciencias", aunque dudemos, aunque no sepamos muy bien hacia dónde vamos, lo cierto es que de esa forma, en último término, siempre vamos "hacia arriba".

3 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo. Hoy día, la gente está anestesiada, viven una vida virtual , no real. Superficial, nada profunda. Les molesta y sorprende la pregunta.

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  2. Hola 👋, me gusta y me da paz tu forma de pensar, con la que coincido. Pero hay algo que no se menciona. El conflicto y el no escuchar al otro, viene dado muchas veces por interés -el quítate tú que me pongo yo- y, lo disfraza. El querer ganar, el imponerse, el vivir a costa del otro muchas veces, obliga a los espíritus generosos a defenderse. Es la ley de la selva.

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