En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven
Maquiavelo
El despacho de Fermín es espacioso: según entran los empleados públicos ven enfrente su mesa de trabajo de madera oscura, lisa y brillante con una gran silla de oficina negra detrás y el ordenador hacia el lado derecho según se mira, que sería el izquierdo del trabajador que allí se sentase. Todos los trabajadores van girando a la derecha y se van disponiendo alrededor de una gran mesa de reuniones de un tono más claro que la de trabajo, con ocho sillas de plástico azul en las que se van sentando. De fondo se escucha suavemente Las cuatro estaciones, de Antonio Vivaldi. Las pareces de esa zona del despacho están aprovechadas con una sobria estantería de madera negra, atestada de libros de consulta completamente obsoletos, pero que cuando uno mira sus lomos se encuentra con títulos tan respetables como, por ejemplo, "Cifras macroeconómicas del mercado de trabajo español": haría falta abrir el libro para darse cuenta de que el ejemplar es del año 2004. O también "Políticas educativas: un hueco para la esperanza", de un prestigioso pedagogo español al que Fermín no ha leído nunca, pero ahí mantiene su libro con la idea de causar, gracias a tan sugerente título, una grata impresión en las visitas ilustres que reciba. De eso se trata el noventa por ciento de su trabajo: el diez por ciento restante, de irse gestionando los contactos adecuados para asegurarse un confortable porvenir para cuando se retire, como él mismo suele decir, del abnegado oficio de la política.