miércoles, 6 de marzo de 2024

Media Maratón Latina 2024: el triunfo de la estrategia y el disfrute

El pasado domingo 3 de marzo tocó correr la Media Maratón de Latina, la que más me gustaba de las que he corrido, hasta que conocí la de Fuencarral-El Pardo, que me conquistó plenamente. Después de aquella tan grata experiencia, reflejado en un engendro anterior, todo indicaba que la de Latina iba a ser una prolongación del éxito.

Sin embargo, una semana antes las cosas se torcieron. Si para Fuencarral-El Pardo fue crucial el entrenamiento de 18 kilómetros del sábado de la semana anterior, en esta ocasión el viernes por la tarde comenzó a molestarme un inoportuno dolor de garganta, que al día siguiente continuó, con lo que decidí suspender los entrenamientos. No era cuestión de ponerse peor, pensé.

Pero, claro, el catarro no se quedó ahí. El dolor de garganta dio paso a una incómoda mucosidad y un cansancio que no me permitía volver a los entrenamientos. Yo ya veía peligrar la carrera.

Afortunadamente, no fue gran cosa y el miércoles por la tarde salí a correr 9 kilómetros. Fueron más o menos bien, pero, claro, de tener previsto un entrenamiento de 18 a correr sólo la mitad para preparar una media maratón, no era la mejor de las situaciones.

Entonces pensé en correr el jueves 15 kilómetros, el viernes 18, el sábado descansar y el domingo hacer la carrera de 21. No estaba mal pensado, dadas las circunstancias. Pero los hados tampoco fueron favorables y el jueves tampoco pude salir a correr: tuve que lidiar otras batallas de índole familiar, ésas que siempre están ahí para aparecer cuando menos se las espera y dar al traste con nuestras aspiraciones personales.

Si quería tener alguna opción de terminar la carrera el domingo, el viernes tenía que salir sí o sí. Me marqué el objetivo de hacer 15 kilómetros, pasara lo que pasase. No fue fácil, porque el mismo viernes tenía que ir a recoger al dorsal a la salida de mi trabajo. Así lo hice, con tan sólo un pincho de tortilla en el cuerpo desde las 11 de la mañana. En cuanto me hice con el dorsal, vi una oferta en una cafetería de bocatín + refresco y me lancé a por ella, porque algo tenía que comer para poder hacer la digestión y entrenar después. Para mi desconsuelo, el bocatín resultó realmente minúsculo.

Pero lo hice. Llegué a casa, me preparé y salí a correr 15 kilómetros que pensé que no los aguantaría. Me sentía desfallecido. No sólo me faltaban fuerzas, sino que tenía verdaderas ganas de comer. El gel deportivo que me llevé, que estaba destinado a ser ingerido a los 10 kilómetros, me lo ventilé cuando tan sólo llevaba 7. Afortunadamente, estos geles de Vitaldin con cafeína son para mí como la poción mágica de Astérix y me sentí al menos mínimamente recuperado para terminar lo que me había propuesto.

¡Ojo, corredor! El gel que a mí me va genial, a ti te puede caer como un tiro y propiciarte una descomposición que luego te estés acordando de mí durante meses o años. O sea, que no te lleves uno de estos directamente a una carrera sin haberlo probado antes.

Terminé con el objetivo cumplido, pero con tremenda sensación de vacío y hambre. Según entré en casa, agarré un plátano y lo engullí sin miramientos. Luego, agua, ducha y a estirar. No había más que hacer, salvo confiar en que iba a ser suficiente.

Llegó el día. Allí fui con muchas dudas. Con una media maratón, nunca tengo la seguridad de que la voy a terminar, pero entonces, menos aún. Tocaba ser muy prudente. Mi estrategia iba a ser correr siempre a un ritmo más bajo de lo que podría hacer hasta prácticamente el final y no hacer ningún metro innecesario de más. Correr en modo eco, podríamos decir.

La mañana estaba gélida. Llegué bien de tiempo y, tras concluir el ritual habitual de ropero-servicio-calentamiento, por ese orden, me situé en la salida, prácticamente al final de todos los corredores. Dieron la salida y me mantuve fiel a mí mismo, con prudencia y sin acelerar el ritmo en ningún momento. Primero, un par de kilómetros por calles de Aluche, para después cruzar por el puente de la estación de tren y metro con su mismo nombre, y a tirar kilómetros.

Era la tercera vez que corría esta carrera. Por la zona urbana, transitamos calles amplias, entretenidas, con alguna subida de pocos metros y bastantes bajadas al principio. Un primer avituallamiento a los 5 kilómetros y continuar hasta llegar a una recta larga que nos lleva hasta otro puente que nos da paso a la Casa de Campo, más o menos a los 8 kilómetros. Ahí me mantuve a un ritmo relajado, sin dejarme llevar por la euforia que transmitían los voluntarios y las personas que animaban por allí, dando una sensación maravillosa, pero con la que tuve que tener cuidado de no dejarme llevar demasiado por ella.

Al entrar en la Casa de Campo, el día, aunque frío, estaba soleado. Me dejé embriagar por el placer de correr por allí. La primavera estaba dando sus primeros brotes y sentí que los participantes éramos unos privilegiados por poder disfrutar de este deporte en aquellos instantes. Está bien hacer esto de vez en cuando porque te hace olvidar la exigencia y te permite relajar la mente.

A los 10 kilómetros, avituallamiento y gel deportivo. Seguimos por la Casa de Campo 5 kilómetros más en los que va apareciendo ya el cansancio y las molestias musculares y articulares. Mi mente me gritaba que cómo iba a conseguir terminar la carrera con tan poco entrenamiento, pero tengo claro que concluir una media maratón pasa por vencer a tu propia mente y seguí recreándome con los paisajes y las sensaciones de bienestar.

Último avituallamiento a los 15 kilómetros, el turno de la cápsula de sal para prevenir la deshidratación y reponer minerales. Llegamos al momento más duro de la carrera: la Cuesta Aisa, a los 18 kilómetros. desnivel empinado de unos 800 metros que tiene un premio especial para quien la haga en menos tiempo. Yo seguí a lo mío, a aguantar en modo eco.

Tras conseguir subirla, las fuerzas ya mermaban bastante. Un pequeño respiro: cuesta abajo hasta el metro de Aluche y los últimos tres kilómetros de la prueba, un momento especialmente duro desde el punto de vista mental para el corredor. Empecé a sentir esa característica sensación de falta de fuerzas: el típico muro. Una chica caminaba, otra le dio ánimos y la primera contestó que no podía, que "se había quedado vacía". Yo lo entendí perfectamente porque es justo eso lo que se siente.

Finalmente, en el último kilómetro, yo esperaba llegar con fuerzas para dar un poco más de alegría en los últimos metros, pero no podía. No me quedaban más fuerzas que las justas para llegar. Allí escuché el grito de Marta, mi compañera de afición runner, que junto con su marido me animaron en los últimos metros, dándome ese punto más de alegría.

Finalmente lo conseguí. Entré en el polideportivo, di la media vuelta a la pista de atletismo y traspasé la meta levantando los brazos y con gran alegría. ¡Lo había conseguido!

Por la tarde salieron los resultados. Mi tiempo fue 2:05:53. No fue el 2:02:22 de Fuencarral, pero dadas las circunstancias creo que fue un gran tiempo, en línea con los mejores tiempos que venía haciendo en medias maratones... hasta llegar a Fuencarral. El objetivo era llegar y se llegó con un tiempo más que respetable para un corredor lento como yo soy. Muy, muy contento.

La conclusión fundamental que saco de la experiencia es que, siendo el entrenamiento planificado y constante la mejor herramienta, la estrategia para afrontar la carrera y la capacidad de disfrutarla mientras la estás compitiendo pueden marcar una diferencia importante en tu resultado final, como así fue. Y también, que la prudencia es la mejor consejera para afrontar una prueba de resistencia de estas características.

2 comentarios:

  1. Que maravilla de crónica, no se puede explicar major todas las sensaciones bien conocidas para todo el que ha corrido esa distancia. Ya sabes, mi ánimo lo tendrás esté o no presencialmente jajaja. Enhorabuena campeón

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    1. ¡Muchas gracias, Marta! Con comentarios como el tuyo casi me siento capaz de correr hasta una maratón completa, jajaja... Nos vemos en la Metlife 😉.

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