martes, 29 de diciembre de 2015

Filosofía, Ética y Religión

En estos tiempos de variada sensibilidad política, uno de los focos de discusión es la educación. ¿Qué modelo educativo queremos en España? Para pretender dar respuesta a este interrogante, habría que escribir todo un tratado. En esta entrada, yo quiero centrarme en torno a tres asignaturas humanísticas que en nuestro país van acompañadas de polémica: la Filosofía, la Ética y la Religión.
La Filosofía ha quedado verdaderamente maltrecha en la última reforma educativa. ¿Para qué sirve esta asignatura en un mundo tan pragmático? En un país de más de cuatro millones de parados, ¿los alumnos van a perder el tiempo con Platón, Kant o Nietzsche? ¡Que aprendan “emprendimiento”!, les irá mejor. Eso es, más o menos, lo que nos han propuesto los políticos del poder.
Ahora bien, ¿qué queremos como sociedad? ¿Personas, o máquinas de competición? No estoy en contra de que se enseñe “emprendimiento”; es más, me parece que España adolece de cierta falta de cultura emprendedora. Pero desde luego no a costa de las humanidades en general, y de la Filosofía en particular. Antes que “sujetos –u objetos- del sistema económico” somos personas, y como tales tenemos que aprender a pensar por nosotros mismos. Yo sé que es difícil de ver en un mundo en el que parece que todo se reduce al utilitarismo o a la fría estadística, pero no concibo una persona que no reflexione, por ejemplo, antes de ir a depositar su voto en una urna democrática. ¿O qué queremos? ¿Autómatas que sólo –y digo sólo- valoren qué trabajo les va a aportar más dinero, sin tener en cuenta lo que él pueda aportar o aprender en la empresa, o los valores de la empresa misma?
Y esto entronca con otra de las humanidades de la polémica: la Ética. Un ciudadano que no reflexione, ¿se va a plantear, a la hora de realizar una compra, si el producto en cuestión es, por ejemplo, fruto de la explotación infantil? O bien, a la hora de contratar un fondo de inversión, ¿qué hace el banco con su dinero? O, si nuestro sujeto es un empresario, ¿retribuirá justamente a sus trabajadores?
Bien, veo que me estoy metiendo en un jardín espinoso. Quizá, y yo pienso que realmente es así, es que ése es el efecto que se busca. Al poder, en principio, no le interesan ciudadanos capaces de pensar por sí mismos, de responder ante los abusos de una forma crítica e inteligente. Sin duda, es mucho más fácil cuando a la mayoría se la controla y adormece yendo en pos de su pesebre. Gente que sólo se preocupe por llegar a fin de mes y el fútbol los domingos, que no proteste demasiado y que cada cuatro años tampoco se lo piense demasiado y aporte un “voto útil” que mantenga el estado de las cosas. Pero, lectores, ¿es eso lo que queremos nosotros?
Volviendo a la Ética, además es una asignatura que no todos la estudian. El problema, aquí, es que es optativa frente a Religión, que en nuestro país es Religión Católica. Y lo que sucede es que los padres creyentes matriculan a sus hijos en Religión, y estos hijos se pierden la Ética. Y viceversa, los padres no creyentes, generalmente apuntan a sus hijos en Ética, porque, además, en muchos casos, no quieren que estudien Religión. Esta dualidad a mí me parece esquizofrenia educativa: es como si la Ética no tuviese nada que ver con la Religión, ni la Religión con la Ética. ¡Hale! Los de Ética para la izquierda; los de Religión para la derecha. ¡No me extraña que la de Religión sea la asignatura más polémica de todas!
Sobre este problema existen varios posicionamientos. Generalizando, los más enconados, por llamarlos de alguna manera, son dos: por un lado, los “pro-religión”, que abogan por una asignatura confesional católica dada la tradición española, que sea evaluable en el currículo, pudiendo a quien no le guste matricular a sus hijos en Ética, igualmente evaluable; por otro lado, los “anti-religión” opinan que esas enseñanzas no tienen cabida en la escuela, son propias de las parroquias de la Iglesia y, por ello, quienes las quieran recibir tendrán que acudir a esos centros eclesiásticos. En mi opinión, ambas posiciones son insuficientes.
Tienen razón los “pro-religión” cuando insisten en la tradición española. Nos guste o no, la religión culturalmente nos configura. No se puede entender la historia de España, ni su arte, ni su literatura sin la presencia del catolicismo. ¿Cómo vamos a interpretar la Inmaculada de Murillo, el Monasterio de El Escorial o la literatura mística del siglo XVI sin un profundo conocimiento de esta religión? Es imposible. Sin embargo, a mi juicio yerran cuando quieren la asignatura de un modo confesional, considerándolo una formación religiosa que quieren que sus hijos tengan, relegando a los que no desean tales conocimientos a estudiar Ética. Les diría que la sociedad española de hoy no es la de hace cincuenta o cuarenta años, y los creyentes no sólo lo son en la religión católica. Hoy vivimos en un mundo plural: en una misma clase de un colegio tipo hay, como mínimo, católicos, evangelistas, musulmanes y agnósticos. Y el reto es que sean capaces de entenderse y cooperar entre ellos, sin formar guetos.
Por eso comparto del punto de partida de los “anti-religión” cuando afirman que una formación confesional no es propia de la escuela, porque se evalúa a los alumnos en una fe que no todos tienen por qué compartir. Sin embargo, como ya argumenté antes, desterrar la asignatura de Religión de la escuela creo que no es la solución, pues se priva de un conocimiento esencial al ser humano a lo largo del paso de los siglos. Creo que el ser humano es religioso por naturaleza, hasta el punto de que si no quiere re-ligarse en Dios, lo hará en la Naturaleza, en la Política, en la Economía o en cualquier otra instancia que suponga una entidad superior al propio individuo, integrándolo. Y si no fuese así, echando un vistazo a la historia de la humanidad, podemos observar el papel humanizador que han jugado las grandes religiones. Muchos dirán que también han sido causantes de mucha barbarie, sangre y muerte. Y es verdad. Pero precisamente por eso, también merece la pena conocerlas para poder interpretar mejor al mismo ser humano. ¿Qué es lo que hace que se haya matado tanto en nombre de Dios? En mi opinión, no es la religión en sí, sino el fundamentalismo. Ahí queda ese término, que más adelante lo retomaré.
¿Cuál es la solución factible para responder a este complejo panorama en el que nos situamos? Yo propongo una nueva asignatura obligatoria para todos y evaluable, que trate las tres disciplinas interrelacionadas entre sí y de forma no confesional, y que sea profundamente humanística. Me explico:
Podría denominarse "Filosofía, Ética y Religión". El orden de las palabras no es aleatorio, sino pedagógico. Es decir, primero pensamos con la Filosofía y nos preguntamos por nosotros mismos, el mundo que nos rodea y el sentido de todo ello; nos damos cuenta de que no estamos solos y de que compartimos un planeta, y por tanto surge una Ética, un modo de comportarnos; por último nos damos cuenta de que no escapamos a la muerte y nos preguntamos por la trascendencia de nuestra propia vida, la de los demás y la del mundo: ¿para qué la vida, mi vida y la de los demás? ¿para qué la muerte? ¿Qué sentido profundo tiene comportarse de un modo determinado? Ahí vemos que las religiones ofrecen una respuesta con la que nos podemos identificar o no. Vitalmente, no hay un orden, puesto que se nos da todo un poco a la vez, y, si es verdad que una determinada filosofía alumbra una determinada ética y nos hace identificarnos o no con una religión, también es verdad que una determinada religión prescribe una determinada ética e ilumina una determinada concepción del hombre, la vida y el mundo. Pero pedagógicamente sí parece que nos puede indicar un camino de construcción en la educación de nuestra propia persona.
Para ello es fundamental que en el apartado de Religión se estudien, al menos, las religiones fundamentales de nuestra civilización, a mi juicio, el judaísmo, el cristianismo y el islam. Y dentro del cristianismo se puede ahondar en la distinción entre católicos y protestantes. Todo ello en un clima abierto y de respeto y consideración hacia todas las creencias, partiendo desde la no confesionalidad como punto de encuentro, para después profundizar con la colaboración de los propios alumnos, creyentes en cada religión representada en el aula o no creyentes. Si de lunes a viernes se consigue trabajar todos juntos desde esta perspectiva y el fin de semana el alumno judío acude a la sinagoga, el católico a la parroquia, el evangelista al culto, el musulmán a la mezquita y el agnóstico, por ejemplo, al campo, cuando llegue el lunes siguiente cada uno de ellos podrá aportar aún más al conocimiento común sobre el hecho religioso, dándose por tanto una educación en la que todos aprenden y todos aportan.
Si consiguiéramos esto, lograríamos, además, algo muy importante para la sociedad: una educación en la igualdad dentro de la diversidad y en el respeto y consideración al otro, previniéndose cualquier atisbo de radicalismo. Aquí vuelvo a ese término que dejé por ahí: el fundamentalismo. Ése sí que es el enemigo a batir. Fundamentalista es aquel que piensa que no hay más verdad que la suya y que las otras formas de pensar son necesariamente malas y por tanto hay que exterminarlas. De ahí a la violencia hay un paso. El fundamentalismo prende en la ética, en la política y en la religión con extremada virulencia, y si los alumnos de creencias diferentes son capaces de estudiarlas todas en profundidad, juntos y con respeto y consideración de los unos hacia los otros, el fundamentalismo y la violencia tendrán cada vez menos cabida en nuestra sociedad.
Humanidades, sí. Filosofía, Ética y Religión, sí a las tres. ¿Asignatura de Religión como “catequesis”? Mejor no en la escuela de hoy.

3 comentarios:

  1. Estupendo artículo, que me invita a hacer más de una reflexión:
    ¿Porqué los políticos con sus sistemas educativos desprecian las humanidades? Creo que es otra señal más de que les importa más el poder que las personas.
    ¿Cando recuperarán el valor de la Política y el papel de los políticos como servidores del bien común?
    Mientras tanto sufrimos una especie de penumbra. La Filosofía, la Ética, la Religión -también me gusta por este orden, aunque podría ser otro- apenas tienen resquicios para iluminar la vida social y personal. Las consecuencias son evidentes en las relaciones políticas, sociales y personales: hipocresía, mentiras, corrupción, desprecio de valores elementales, esclavitud en sus distintas modalidades, desprecio por la dignidad de la personas y la vida en general.
    Todo un reto para la sociedad civil y para cada individuo en particular.

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    1. Efectivamente. Yo lo veo tal y como lo expresas, Antonio. Y en mi opinión, lo malo no es que los políticos hagan lo que hacen (o lo que no hacen), sino que los ciudadanos se lo permitamos y no demandemos otra cosa, dejándonos llevar, a veces por las posiciones viscerales (a favor o en contra), a veces por el pesimismo, y a veces por el desinterés. Filosofía, Ética y Religión no son armas (políticas) arrojadizas, sino saberes humanísticos y humanizadores.

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